Desde el mismo inicio de la película se pueden adivinar perfectamente las intenciones de los creadores del film: una inmensa explanada reúne a veinticinco mil soldados replicados digitalmente. Dos actores maduros educados en las tablas del teatro dialogan entre sí con aire de tremenda importancia, soltando cada frase del guión como si fuera un clásico instantáneo. Cinco minutos después, un chico de portada luciendo músculos ejecuta a un bigardo salido del peor programa de “Los tíos más bestias de América†efectuando una pirueta molona que se repetirá una y mil veces a lo largo del metraje. Y esta escena, con diferentes paisajes y con más o menos soldados repetidos por ordenador, también se repetirá, para regocijo de los que aspiran a pasar un buen rato largo de batallas sin fin, y para desgracia de los que esperaban encontrar algo un poco más, digamos, personal, con estilo propio, como Gladiator. La guerra de Troya es provocada por el secuestro de la princesa Helena por Paris a pesar de las quejas de su hermano Héctor, ante el que reaccionaran Menelao y Agamenón, marido y cuñado de la princesa con un ejercito capitaneado por Aquiles, un guerrero invencible.
Titanic. Pearl Harbor. Troya. Es decir, superproducción con ínfulas de película de autor, una mezcla entre drama chusco, tragedia épica y romance merengazo. Lo bueno de Troya es que, por lo menos, en vez de tener a Michael Bay y Ben Affleck, tenemos a Wolfgang Petersen (El Submarino, En la Línea de Fuego) y a gente como Eric Bana, Brad Pitt u Orlando Bloom que, sin ser la leche del café (particularmente este último), son profesionales competentes.
El problema de la película es que su director, Wolfgang Petersen es, o una de dos, demasiado competente, o no termina de encontrarse a gusto en un género que no es el suyo. Si alguien de Warner se hubiera molestado en ver cualquiera de las dos películas antes citadas del director, se hubiera dado cuenta de que el terreno de Petersen no es el del espectáculo en masa, sino el thriller clásico de personajes. Pero no. Asumieron que tenían entre manos al nuevo Peter Jackson y pusieron al director alemán en un brete del que a duras penas puede salir.
Petersen luchando contra los elementos es la primera parte del film. Un guión bastante rutinario de David Benioff (plagado de frases que pretenden ser poéticas y contundentes, sin ser ninguna de las dos cosas. Algunas, incluso, son copiadas al pie de la letra de Gladiator), unos actores que ponen cara de circunstancias y un diseño de producción en el que en ningún momento lucen los 180 millones de euros que ha costado el film. Es el conflicto entre la austeridad que quiere imponer Petersen a esta producción y las ganas del señor estudio de vender muñecos y singles de la canción del film (porque, sí, la película, como Titanic y Pearl Harbor, también tiene a su cantante “famoso-con ganas-de-recibir-un-Oscarâ€).
De entre el reparto, Eric Bana es el único que cuenta con las simpatías del espectador. Padre de familia que desea una vida tranquila con su mujer y que no se puede creer que esté rodeado de una gente tan idiota como para iniciar una guerra por culpa de una mujer. Posiblemente Homero no hubiera imaginado al príncipe Héctor tan buenazo, pero es el más sensato de todos los que pululan por el reparto. El único con conflictos realmente interesantes en medio de un elenco de caracteres definidos en una línea: Paris (Bloom), el hermano cobardica y niñato, Agamenón (Brian Cox), el sádico y malvado conquistador, Menelao (Brendan Gleeson), el cornudo enfadado, Príamo (Peter O’Toole), el monarca carcamal y Helena de Troya (Diane Kruger), posiblemente una de las tres (ejem) actrices más bellas del panorama actual, cuyo talento dramático queda a la espera de que la chica se quite del disfraz de maceta que lleva puesto toda la película.
¿Y Aquiles? Pues bien. Pitt hace lo que puede con un personaje que no acaba de encajar en la historia. Más que un superguerrero con conflictos (no hay guionista en el mundo capaz de hacer creíble un personaje así. Para eso existen los cómics), Aquiles es un Terminator que, entre batalla y batalla, folla mucho y se aburre mas. Los intentos de humanizarlo son muy loables, pero Aquiles no parece de este mundo. Funcionaría en una adaptación mas fiel (ya que en el libro de Homero los dioses son personajes con voz), pero no en este ambiente “realista†que Petersen impone.
En las escenas de acción, Petersen aporta su buen hacer y su estilo (magnífica la toma de la playa de Troya, en un asalto liderado por Aquiles y sus cincuenta soldados) que llega a su punto culminante en la fenomenal batalla entre Héctor y el guerrero invencible (donde Pitt y Bana dan lo mejor de sí, física y artísticamente, además de que se crea una magnífica atmósfera de tensión tipo spaghetti western). A partir de ese momento, Troya mejora porque los personajes comienzan actuar como seres humanos. Ese buen ritmo se prolonga hasta el final de la película.
Es Hollywood. Es entretenimiento de factura técnica impecable, e impersonal. Se echa de menos más ritmo en la dirección (Petersen repite planos en muchas ocasiones), una banda sonora más acertada (la pieza de la recepción en Troya a Héctor y Paris es de chundarata de pueblo) y un diseño de producción un poco menos hortera (¡Ese pareo, Brad! ¡Qué me haces, tío!). Un poco menos de metraje tampoco hubiera estado mal, pero que leche, vale la pena ir a verla. Considerando el verano que se nos viene encima, es un aperitivo perfecto.
Lo mejor:
– Secuencias aisladas.
– Correctos secundarios (destacar Sean Bean y Saffron Burrows, como Ulises y Andromaca, mujer de Héctor) y competencia técnica a patadas.
Lo peor:
– Guión rutinario y sin sorpresas.
– Demasiado “bonitaâ€.
– Poco original. Aburrida a ratos.
– No llega al espectador. Fría y calculada.
