Cortófilo. adj. Amante irreductible del formato corto. El cortometraje es una obra equiparable al largo, como el cuento a la novela. Lo bueno, si breve, dos veces bueno.
Cinéfago. adj. Persona que devora compulsivamente celuloide de cualquier género o temática. No hace ascos a ningún tipo de cine. Incluso se deleita con la serie Z.
No me importa que me llamen cortófilo. No me importa que me llamen cinéfago. Es más, me gusta. Me gusta mucho. Llevo ambas etiquetas con honor, aunque, como palabras, suenen raro y ni siquiera existan en el diccionario. Suenan a vicio, a locura, a enfermedad. Eso es el cine, sobre todo en pequeño formato. Hay que estar un poco ido de al olla para embarcarte en la realización de un cortometraje. Gastas dinero, embaucas a los amigos, explotas al personal… Todo ello para expulsar tus monstruos, sentirte satisfecho, alimentar la autoestima y fomentar una pasión devoradora que puede acabar en todo o en nada. Hacer cine es complicado, especialmente por estos pagos, pero el amor al arte puede con (casi) todo. Sarna con gusto no pica, dicen…
La cinematografía nacional va a trompicones, excepto en el mundo del cortometraje, donde, proporcionalmente, hay obras bastante más interesantes que en formato largo. El fantástico es un género que se prodiga mucho en el ámbito del corto. Jóvenes realizadores que lo han cultivado en los últimos años, y han cosechado premios a nivel internacional, han dado el salto al largometraje.
El género fantástico, campo ideal para el aprendizaje y la experimentación, se presta mucho a la metáfora, pero también al delirio, al non sense y los paraísos artificiales. La parábola social no ha de estar reñida con la huida de al realidad, con la fantasía exacerbada y la mirada visionaria. Un hachazo produce horror, asusta, estremece. Pero también puede hacer reír, o abrir en canal nuestro lado oscuro, diseccionar nuestras miserias y ponerlas al fresco. No es obligatorio que haya mensaje, por supuesto, pero aderezar con algo de picante al plato siempre viene bien para no dejar indiferente al comensal que degusta el menú, cuanto más original mejor.
Sin la existencia de los festivales, la insoportable levedad del cortometrajista sería más angustiosa. La de muchos cinéfagos empedernidos, y espectadores en general, también. El primero, tendría complicado que su criatura echase a andar. Los segundos, perderían la oportunidad de jugar con ella. Es sano, muy sano, quemar la retina con maratones de cortos en sesiones golfas o en citas cinéfagas que profesan un ambiente festivo encomiable. Permiten al público desprejuiciado disfrutar en alegre comunidad, amparado por la oscuridad de la sala, con una retahíla de propuestas que apuestan directamente por el entretenimiento y algo más. Generalmente las piezas de formato corto son trabajos hechos con más imaginación que medios, que buscan un equilibrio entre la evasión y la reflexión.
¿Hacen falta más razones para ser cortófilo y cinéfago?
SOBRE EL AUTOR: Borja Crespo empezó en el mundo del fanzine para acabar dirigiendo la línea editorial de cómics de Subterfuge. Es guionista e ilustrador de cómics, ha colaborado regularmente con El Correo escribiendo sobre cine y nuevas tendencias, ha dirigido el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola de 2003 a 2005, dirige el Salón del Cómic de Getxo desde 2002, fue finalista al mejor corto fantástico europeo en los premios Melies con su corto Snuff 2000, es director de publicidad y realizador en televisión, y es socio de Arsénico Producciones junto a Nacho Vigalondo, Borja Cobeaga, Nahikari Ipiña y Koldo Serra. Acaba de editar Cortocuentos y actualmente está escribiendo el guión del que puede ser su primer largometraje.