No creo que exagere diciendo que Ridley Scott redefinió la ciencia ficción cinematográfica. Con Alien y Blade Runner consiguió renovar un género que llevaba décadas anquilosado salvo por los aportes que supusieron 2001, Star Wars y la primera película de Star Trek. Sin embargo Scott es el tipo al que siempre se le echa en cara no estar a la altura de aquellos dos títulos, olvidando que revolucionar un género es casi imposible, y menos aún haciéndolo dos veces en menos de 5 años. Por eso su vuelta a la ciencia ficción con Prometheus levantó tanta expectación. Y pese a todas las pegas que tenía aquel título y algunos odios extremos que levantó en los más puristas, se notaba que Scott estaba en su salsa. Ahora, con las aguas más calmadas y las expectativas en un lugar adecuado, vuelve con la adaptación de la novela The Martian, de Andy Weir.
La historia nos traslada directamente a Marte, en el final de la primera misión tripulada al planeta rojo. Cuando el equipo se dispone a preparar su regreso una fortísima tormenta de arena hace desaparecer al astronauta y botánico Mark Watney. Dándolo por muerto, sus compañeros despegan y emprenden el viaje de vuelta a casa. Pero Watney está vivo. A partir de ese momento se convierte en el único habitante de un planeta hostil. Dispuesto a no rendirse se las ingeniará, paso a paso, para mantenerse con vida, ante los atónitos ojos de la NASA que empezará a trabajar en posibles vías para organizar un rescate.

© Warner Bros.
Conviene decir, para empezar, que aunque lo de ir a Marte aún no sea una realidad, hablar de ciencia ficción es, como poco, cuestionable. La película funciona constantemente en el campo de lo que hoy por hoy resultaría posible, y ese rigor es uno de los elementos que ayuda a que la historia resulte tremendamente cercana y creíble. El otro, por supuesto, es el factor humano. Estamos ante una película que, pese a toda la parafernalia propia del género, es una historia de personajes y volcada 100% en el componente emocional.
Estamos acostumbrados a que en la ciencia ficción, pese a que los personajes puedan ser geniales, siempre predomine ese aura de cierta fantasía de lo probable, el asombro de un descubrimiento trascendental o bien el puro espectáculo cuando deriva en historias bélicas o de aventuras. Aquí sin embargo se nos pone casi exclusivamente ante una historia de supervivencia y con dilemas enormes pero muy cotidianos.
La película consigue que nos emocionemos con un tipo que, sin ser alavés, consigue cultivar patatas en Marte. Pura aventura por lo que implican las cosas, sin adornarlas de forma grandilocuente.
Sin haber leído la novela, me consta por boca de amigos que ese enfoque viene totalmente heredado del texto original. El acierto de Ridley Scott es el de adecuar la puesta en escena a ese tono natural, humano, pegado a la ciencia más pragmática, la que se dedica a resolver problemas. Es por ello que salvo algunos planos de paisajes marcianos, no vemos en ningún momento un interés en hacer un despliegue visual que rompa esa cercanía con el protagonista. Es algo necesario para que nos sumerjamos pronto en la piel de Watney (Matt Damon lo clava), un tipo afable, simpático, con una fortaleza a prueba de bombas, no tanto por su estoicismo como por ser capaz de enfocar sus esfuerzos en aquello que sí está en su mano, no en retos inalcanzables.




© Warner Bros.
El mayor problema que debe esquivar la película es que cuanto más protagonismo adquiere la misión de rescate más tiempo nos separamos de Watney. Para que eso no se traduzca en una sensación de ruptura abrupta, Scott enfoca esa trama también desde la mayor naturalidad. Cualquier peli de hace una década hubiera optado por una escenificación grandilocuente de este proceso y aquí nos encontramos ante un grupo de personajes, cada uno con sus particulares miedos en una situación de este tipo, trabajando al límite de sus posibilidades por facilitar una salida a un compañero para el que cada día de más en Marte supone un pasito hacia una muerte segura.
El resultado es una película muy vitalista, con un protagonista entrañable, con una sólida construcción de lo que supone el compañerismo y el compromiso profesional, pero huyendo de todas las tentaciones a las que pueda someterse una superproducción de Hollywood. Sólo cuando realmente toca echar toda la carne en el asador es cuando la película se permite desmelenarse y siempre sin traicionar todo lo anterior, sino siendo inteligente en los detalles visuales y dramáticos que conviene resaltar.
No hay una sola pega que pueda ponerle a una película que recupera el espíritu de la aventura clásica en un contexto extraordinario y que nos demuestra que Ridley Scott, con todos los altibajos que haya podido tener, es tan buen director que ha sabido hacer 4 películas de ciencia ficción, la mayoría impecables, sin repetirse lo más mínimo.
¡PLAS, PLAS, PLAS!

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