Mike Figgis es un tipo muy peculiar dentro del cine americano. Este hombre ha dedicado su carrera a alternar proyectos independientes, algunos de ellos rayando lo pedante como Timecode, Leaving Las Vegas o Miss Julie (con su musa Saffron Burrows), con otras producciones más accesibles como Asuntos Sucios, Mr. Jones o esta última La Casa. Ni con unas ni con otras ha llegado a destacarse como un buen director, al menos tampoco como uno malo, pero si que ha ganado cierta reputación de alternata y artistilla.
En este caso Figgis nos presenta una película de suspense. Una familia de Nueva York se desplaza a una mansión en el campo para alejarse de los problemas de la gran ciudad, pero sin saber que esa casa guarda un secreto y pronto empiezan a llegar los problemas. Nada nuevo, pero al menos interesante. Mike Figgis consigue hacer una película de suspense sin demasiados artificios, algo muy a tener en cuenta hoy por hoy, donde en Hollywood, por miedo a quedarse cortos, la mayoría de directores y guionistas meten giros en la trama uno tras otro hasta que la acumulación de casualidades hace la trama pierda todo el sentido y pase a ser un circo de sustos y engaños para entretener al espectador. En esta película no pasa eso, no hay sorpresas a ese respecto, el que parece que es el malo lo es desde el principio, entre otras cosas porque la película tampoco tiene esa costumbre de añadir 40 personajes sospechosos durante el metraje que miran siempre mal al protagonista.
En ese punto es cuando se nos planta Dale Massie (un Stephen Dorff con la misma cara de Carlos Yoyas de siempre, pero muy efectivo) en la pantalla, antiguo propietario de la casa, la cual perdió por acumulación de deudas y que desde el principio comienza a apabullar a la desgraciada familia de Cooper Tilson (Dennis Quaid muy correcto) y Leah Tilson (Sharon Stone no pinta nada). La familia contrata a Massie por compasión y por miedo para ayudarles a reformar la casa. Massie aprovecha todo eso para por un lado camelarse a la familia y por otro intentar romperla seduciendo con su musculado torso de albañil untado en mantequilla (Stephen Dorfinas al ataque) a una Sharon Stone pelín desorientada en lo que a su matrimonio se refiere.
El problema se da cuando Massie se encuentra con que Cooper, que es director, está realizando un documental sobre la historia de la casa y la familia Massie. Entonces Massie se deja de apariencias y decide ir al grano.
Alguno pensara que estoy destripando la película, pero no es así, nada de esto llega por sorpresa, uno lo ve desde el primer momento, lo que hay que descubrir es que hay en esa casa que tanto le preocupa a Massie. Es en este punto donde llega el problema de la película que para evitar dar explicaciones de determinados sucesos importantes poco coherentes, simplemente los rodea y se va por otro lado, sobre todo en la parte final, y también añade algunas escenas de tensión que ni son necesarias ni añaden nada, como la persecución nocturna y sus consecuencias que cinco minutos más tarde es como si no existieran.
Así, pasa la película, en la que finalmente se resuelve el misterio y la familia acaba tranquila y feliz en su casa con piscina. Una película correcta y entretenida que flojea en algunas escenas un poco absurdas del final pero que se dejan pasar porque cosas peores se han visto.
Una de las mejores cosas es Christopher Plummer como el padre moribundo de Massie que chochea en una residencia mientras come bombones de cereza (aquí se llaman Moncherry y los comen los ricos y las embarazadas) y suelta burradas sobre lo puta que era su mujer y lo inútil que es su hijo. También destaco, aunque no eran personajes, el grupo de cotorras treintañeras que nos rodeó durante la película en el Kinépolis con momentos álgidos como en el que al calvo de delante su amigo le mete la pajita en la nariz y empiezan a descojonarse, insisto, eran treintañeros.
