Cada cierto tiempo surge una de esas películas que pueden no ser redondas, pero que sin duda consiguen dejarte un buen poso y una sensación más que agradable al salir del cine. Garden State, aquí absurdamente traducida como Algo en Común, es una de esas películas.
El protagonista de la historia es Andrew (Zach Braff), un joven actor afincado en Los Ángeles y que trabaja como camarero en el típico restaurante exótico de moda, que se ve obligado a volver a su New Jersey natal cuando su padre le comunica que su madre ha muerto. Andrew lleva años fuera de casa y sometido a una fuerte medicación debido a un pasado que iremos conociendo a lo largo de la película y que ha convertido en inexistente la relación con su padre. Su regreso a New Jersey le hará reencontrarse con viejos amigos y lo que es más importante, le hará conocer a Sam (Natalie Portman), una peculiar chica con la que no tardará en congeniar.
Zach Braff escribe, dirige y protagoniza esta película que, a pesar de las diferencias, a más de uno le recordará a la genial Beautiful Girls con la que tiene muchos puntos en común (Natalie Portman incluida). La historia a fin de cuentas trata del reencuetro con las raíces de uno mismo y lo extraño que resulta llegar a un lugar que era tu hogar y ahora te resulta extraño porque ni tú eres el mismo ni tampoco la gente que ha permanecido ahí (cosa que conozco perfectamente). También es una historia sobre temas tan habituales como el amor, hacer frente al pasado, encontrar tu lugar en la vida y las decisiones que uno debe tomar por su cuenta. Suena muy trascendental pero a pesar de un comienzo que podía augurar una culturetada de gran calibre al final lo que tenemos es una comedia con algún toque dramático (nada trágico) muy similar a la de Ted Demme aunque retratando a una generación más joven que aquella. Ese extraño comienzo, en el que uno no sabe muy bien lo que pasa, tiene su lógica, ya que Andrew es un tipo ultramedicado que no se entera ni de la mitad de lo que ocurre en su entorno, hasta que viaja a New Jersey sin sus arsenal de pastillas.
Natalie Portman haciendo amigos en la consulta.
El guión de Braff está muy bien compensado, engancha y emociona sin ñoñerías (salvo quizás al final) y con escenas de humor que sin llegar al gag consiguen hacer reír. Alguna frikada si que nos encontramos, pero nada demasiado extravagante. También su trabajo como director es muy eficaz porque se deja las florituras excepto para las escenas que así lo requieren, como la fiesta en casa de unos amigos o ese comienzo donde el protagonista ni siquiera sabe qué pasa a su alrededor.
En cuanto a la actuación pocas pegas se pueden poner. Braff, que es el protagonista, cumple bien con su papel aunque en algún momento se nota que es el que menos experiencia tiene en ese campo. Natalie Portman está genial y su personaje es de esos que se ganan al público desde el primer momento. Peter Sarsgaard, a pesar de tener un papel más secundario, vuelve a demostrar que es un actor excelente e imagino que es cuestión de tiempo que termine por darse a conocer al gran público y obtenga un merecido papel protagonista.
Sarsgaard, Portman y Braff en pleno chaparrón.
Como colofón tenemos una banda sonora compuesta por distintos temas de grupos como Coldplay, Simon & Garfunkel, Thievery Corporation y otros grupos menos conocidos pero que se ajustan estupendamente al tipo de película y situaciones que se nos presentan.
La película puede que no pase a la historia pero seguro que se gana sus incondicionales, entre ellos, yo. Es agradable ir al cine y ver una película que toca temas mil veces tratados de una forma original. La verdad es que los buenos comentarios que la precedían eran más que merecidos.
