Fría, aburrida y lenta, Tercera Identidad es un paso más en la cuesta abajo en la carrera de sus intérpretes. Entristece ver a Sharon Stone repitiendo de nuevo el papel de calentona porque es una actriz que, aparte de haber echado el polvo del siglo con Michael Douglas en Instinto Básico, siempre ha tenido carácter para desempeñar otros papeles alejados de ese rol de hembra sexual al que nos tiene acostumbrados. Gloria o La Musa han dado buenas muestras de ello.
Charito vuelve al ataque esta vez como Sally Tyler, una reprimida ama de casa que encuentra confort y seguridad en los brazos de Leo Cauffield (Rupert Everett), un periodista que es en realidad un agente del servicio secreto británico con ganas de pasarse, por pura convicción personal, al bando comunista en los años de la Guerra Fría. Un día Leo desaparece de la faz de la Tierra y es tarea de su mujer buscarle por medio mundo, aunque para ello tenga que vérselas con los dos bandos en conflicto. En realidad es una historia de amor a distancia, no una película de espionaje. O mejor: es una muy mala película de espionaje disfrazada de mala película romántica. Empezando por el tremendo error de casting que han cometido con el personaje masculino: un Rupert Everett que posee demasiadas maneras para dar el tipo de agente atormentado y con dudas. Más bien parece un Marichalar de medio pelo. Entre las poses de Everett y las lágrimas de la Stone, su imagen como matrimonio resulta absurda.
Marek Kanievska (que ya se lució con el coñazo ese de Donde Esté el Dinero) no pone nada de su parte para salvar un film que de por sí es soso a más no poder, con un guión (de Jim Piddock, también actor en el film) donde lo más interesante que sucede es saber si Sharon Stone logra pillar o no un vuelo a Moscú. Americanos, británicos y soviéticos son retratados sin ambigüedades y lo intrascendente de la historia juega en su contra: los verdaderos espías pasan olímpicamente de Charito cuando ésta les pide ayuda. Es como si viéramos un ángulo más romántico de películas como Funeral en Berlín o El Cuarto Protocolo. Lo importante de la acción, detener a un espía británico que se pasa a los rusos, nos pasa de refilón. Kanievska sabe bien qué carta jugar, aquella que se le da menos mal: como no sabe manejar el suspense, se pasa al lado del folleteo. Y como no nos convence, por las razones antes mencionadas, la peli fracasa completamente.
Lo bueno es que técnicamente es irreprochable y los secundarios, al más puro estilo british, no chirrían. Sin embargo, la película es mediocre, muy mediocre, y solo el gusto de Kanievska por los paisajes da un poco de lustre a la producción gracias a la fotografía. Por lo demás, de telefilm.
LO MEJOR:
– Los paisajes, los secundarios y la idea de darnos otra visión diferente de los hombres y mujeres que se pasaron al bando contrario en la guerra fría, y sus consecuencias para su vida personal. Todo ello rodado con la mínima profesionalidad exigible.
– ¡Sale Emily VanCamp! ¡Amy Abott! ¡Everwood forever!
– Destacar también la presencia del gran Joss Ackland (La Caza del Octubre Rojo, Arma Letal 2, el malo, el de “¡Inmunidad diplomática!â€): el único de los actores que parece estar realmente vivo.
LO PEOR:
– Pues lo peor que le puede pasar a una película: que es un verdadero COÑAZO.
– Si alguien veía a Everett como el nuevo James Bond, ya se puede ir comiendo sopitas para tener el piquito cerrado la próxima vez. Cuando Rupert está en pantalla, los párpados de la audiencia comienzan a descender.
