¿Qué nos fascina de la violencia, de la capacidad de ejercer un poder físico sobre los demás para hacerles daño? ¿Qué ganamos con ello? ¿Qué perdemos? ¿Cómo afecta nuestro comportamiento a los seres queridos? ¿Somos capaces de ocultar nuestros deseos de machacar cráneos o, al final, terminamos dándoles salida de una forma u otra? Y aún mejor: ¿cómo nos enfrentamos, nosotros ciudadanos corrientes, a aquellos que son capaces de ejercer una violencia letal sin inmutarse lo más mínimo? Todas estas preguntas son fáciles de hacer, pero responderlas es bastante más complicado. Éste es el tópico central de Una Historia de Violencia, la primera gran película de 2005, y el regreso al cine de un creador excepcional como David Cronenberg por la puerta grande.
Todas esas preguntas formuladas anteriormente no tienen mucho sentido para Tom Stall (Viggo Mortensen). Propietario de un tranquilo bar en un idílico pueblo norteamericano, devoto padre de Jack y Sarah, y amante esposo de su mujer Edie (Maria Bello), en un matrimonio que todavía mantiene la chispa del amor, Tom vive sus días con paz y tranquilidad hasta que una noche, y en una escena antológica de suspense, dos putos psicópatas del quince entran en su bar con la intención de cargarse a todo Cristo. Sin ahondar mucho en lo que pasa y pifiar la que es la mejor secuencia del año, diremos sencillamente que Tom salva la situación, se convierte en un héroe y tras salir en las cadenas de medio país, unos viejos amigos llegan para ajustar cuentas.
Carl Fogerty (Ed Harris) entra en el bar de Tom Stall (Viggo Mortensen). Los días de paz se han terminado.
A partir de ese momento comienza la destrucción del modo de vida americano contemplada por David Cronenberg, el chupamuñones, el hombre que lleva revolviendo intestinos desde hace 20 años. La primera y mejor decisión que toma el director es que podemos prescindir del componente moral de Una Historia de Violencia y seguirla como un magnífico western de ritmo lento y pausado que te explota en la cara en las tres grandes secuencias de acción del film: un prodigio de tensión, montaje, fotografía… y sangre a granel, incluyendo maravillosos planos marca Cronenberg capaces de cortarte la digestión de la semana pasada (¿qué le pasa a la mandíbula de un hombre cuando le disparan en la cara? ¡Lo veréis en esta película!). Tom Stall es una máquina de matar, y lo mejor que se puede decir es que es un héroe en el que podemos confiar: un tío seguro, hábil, sensible pero duro cuando la ocasión lo requiere, enfrentado a tipos muy malos que van recibiendo progresivamente su merecido hasta llegar a un brillante y satisfactorio clímax final. Visto así está bastante bien, la verdad.
Pero si decidimos escuchar el mensaje del film y su moraleja las cosas comienzan a adoptar otra perspectiva, mucho más real y palpable en los efectos que el comportamiento de Tom tiene sobre su propia familia. Les está haciendo daño, aunque él no pueda evitarlo. Su comportamiento destructivo es asimilado por su hijo, sin ir más lejos, que pasa de esquivar al matón de su escuela con ingenio y elegancia a repartir hostias como panes a aquellos que antes se burlaban de él. Y el caso de su mujer, Edie, no es mucho mejor, puesto que progresivamente va pasando por estados de incredulidad, rabia y finalmente, triste e inapelable decepción respecto a la doble vida que su marido ha intentado ocultar (y que culmina en uno de los mejores planos finales que he visto en mi vida). Pero si ajustado es el retrato de los buenos, con los malos no hay compasión: son auténticos criminales. Nada de villanos de opereta con tendencia a la exageración. Estos tíos cagan misiles y si me encuentro con el enemigo mortal de Stall, Carl Fogarty (Ed Harris), en un callejón oscuro ya puedo rezar a San Pancracio que no me salvo. Asesinos profesionales que hacen del mal su trabajo y que consideran a la gente de a pie como cucarachas inmundas. La colisión entre estos dos tipos de personas sólo provoca dolor, eso está claro. Asistir a ese triste espectáculo y comprender que toda acción violenta tiene un efecto proporcionalmente devastador es la principal idea de esta película.
Tom y Edie (Maria Bello): Matrimonio al límite.
Y en el centro de todo este caos está Viggo Mortensen, en el mejor papel de su carrera. Vale, no era muy difícil, pero este señor lo borda por una sencilla razón: Tom, el amoral y brutal asesino y Tom, el honrado patriarca familiar no son dos personas distintas: son un solo y único ser. Mortensen combina estos dos aspectos de forma impecable y nos muestra la durísima lucha de un hombre que en el fondo, no puede (ni debe, teniendo que proteger a su familia) evitar ser quien es. ¿Esos asesinos de los que antes os he hablado? Bien. Pues Tom Stall era el peor de ellos: “Still Crazy Fuckin’ Joeyâ€. Ese era su nombre de guerra. Y lo dice Ed Harris. Y Maria Bello vuelve a bordarlo. Pocas actrices son capaces de manejar la sensualidad como ella lo hace y conservar una imagen de relampagueante inteligencia. En otras palabras: no es Bridget Jones. Valiente pero sobrepasada por los acontecimientos, Bello vuelve a ofrecer otro papelón tras The Cooler, consolidándola como una de las mejores actrices de su generación, pero que muy posiblemente quede en un segundo plano porque el público estará mucho más pendiente de las dos impresionantes escenas de sexo que protagoniza en esta película. No hace falta extenderse mucho en el caso de Harris (que clava su papel de forma total y absolutamente perfecta, para variar) y sí en el de William Hurt, al que dejo para el final porque cuanto menos desvele sobre él, mejor; porque se nos devuelve a uno de los mejores actores de las últimas décadas y que abandona su habitual sosería para destaparse en un papel secundario pero imprescindible en los últimos minutos del film y que podría montarle en el Oscar de este año. No os diré nada más.
El guaperas chulito (Kyle Schmid, derecha) no debería tocar los huevos al bueno de Jack Stall (Ashton Holmes)…
David Cronenberg, y termino: apoyado en dos pilares de hierro como son la memorable banda sonora de Howard Shore (que recuerda en sus tiempos rápidos a El Silencio de los Corderos) y la fotografía de Peter Suschitzky, el director de La Mosca o Inseparables vuelve a perturbar y a tocar los huevos demostrando que un plano fijo puede decir mucho en buenas manos (atención suprema a los increíbles títulos de crédito iniciales). Emplea el espacio y la cámara como muy pocos saben hacerlo y tiene un interés excepcional por el detalle y por la forma de entender el mensaje implícito en el guión de Josh Olson, basado en el cómic de Wagner, donde el diálogo brilla casi por su ausencia. Cronenberg, en realidad, nunca se ha ido, pero tampoco nunca antes había aplicado su forma de ver el mundo a una realidad normal y corriente, sin tipos raros que follan provocando accidentes de tráfico, monstruos híbridos o televisores que devoran personas. Una Historia de Violencia es su presentación ante el gran público y un director de su calibre no tiene por qué mostrarse sumiso, complaciente, o traicionarse a sí mismo. Por muy clásico que sea el material Cronenberg va a por todas. Por eso muchos se sentirán ligeramente asqueados por la violencia del film, o considerarán que el ritmo es lento, o se sentirán perdidos ante el extraño comportamiento de algunos personajes. Pero recuerden esto amigos de Las Horas Perdidas: a la hora de hablar de la violencia de esta película su director está dejando en nuestras manos juzgar lo que es correcto o excesivo, y nos pregunta si estamos de acuerdo con los actos de Stall para defender a su familia. Lo único que Cronenberg nos dice a las claras es que, en la vida, hay cosas que no tienen vuelta atrás. Y lo único que hay que hacer para joder tu vida y la de los tuyos es muy fácil: sólo tienes que apretar el gatillo.
LO MEJOR:
– Dirección, interpretación, fotografía y banda sonora.
– Elegantemente hablando, tiene cada cacho de escena que lo flipas.
– Intentad contemplarla con mente abierta y preparados para todo.
LO PEOR:
– Algunos la considerarán un poco lenta. Y quizás a algunos no les termine de llegar y la consideren un thriller menor. El problema es que yo la vi hace dos días, y joder: todavía la tengo en la cabeza.
