Ya vi esta película el año pasado. Pero su protagonista era negro, ciego, y tocaba el piano. Y se llamaba Ray. Y Taylor Hackford nos decía que Ray era un putero y un drogadicto, pero también era un fenomenal pianista y un gran artista, características capaces de limpiar insignificantes pecadillos y encima sacarles brillo, porque nos encantan los artistas torturados. Si Cobain hubiera pensado en ello quizás hubiera llamado a la tele antes de volarse la cabeza.
No me gustan las biografías porque tienden a destrozar mitos. Ray Charles fue también un luchador por los derechos de los civiles en una época en la que el Klan colgaba a los negros de los árboles mientras los niños veían el espectáculo comiendo palomitas. Se negó a tocar en conciertos en los que se prohibía el acceso a la gente de color. Eso estaba bien, coño, pero a Hackford le interesaba más bajarle al suelo. Ray Charles se convierte en un tío como los demás, y eso me aburre bastante, porque eso se hace en los telefilmes. Eso se hacía en Ray. Eso se hace en En la Cuerda Floja.
Johhny Cash es el lado oscuro de América. Personalmente, no me importa si era fachada o no. Al fin y al cabo, Cash fue catalogado como un “tipo problemáticoâ€, a pesar de que nunca permaneció más de un día en prisión. Fue un adicto a varios estupefacientes (bien, yo fumo dos paquetes al día, para horror de mis padres). No pegaba a su mujer, no pegaba a sus hijos, y si no estafó a Hacienda, debería haberlo hecho: que se jodan. Pero, ah, Johnny estaba cabreado con algo. Sabía que algo había mal en el corazón de América, y no era el único. Sus letras hablan de temas que no suelen aparecer en los discos de El sueño de Morfeo, precisamente. Y cuando cantaba, se dirigía a las clases más desfavorecidas, porque compartía su misma indignación, cabreo y la sensación de que no importa lo que hiciera o las ganas que le echara, su vida iba cuesta abajo. Cash vivió en una época en la que muchos cantantes compartían su estado de ánimo, y empleaban su talento para denunciar las injusticias sociales (ey, bueno, en España tenemos a Bebe), pero Cash se distinguía sobre todo por su mala hostia y por su amargura. Y a pesar de que su forma de ser podría contrastar con las de otras personas más optimistas, o más indolentes, la verdad es que decía un par de verdades de vez en cuando.
“Tía, me molas mazo.”
Pero aquí llega James Mangold para decirnos que Johnny Cash mea de pie y se la sujeta con la izquierda. Qué guay. Dime algo que yo no sepa. En mi opinión, abordar así un tema no es un error desde el principio, pero hay que reconocer que cuando estás tratando con una persona de carne y hueso, tus posibilidades se limitan mucho porque la historia de Johnny Cash, el ser humano, no se diferencia mucho de las dificultades o malas experiencias del vecino de al lado. Era tarea de Mangold hacerse notar, desarrollar ideas visualmente interesantes, potenciar los aspectos más oscuros del personaje. En todos estos aspectos, el director de Identity se cae con todo el equipo. La dirección es más plana que un folio, cosa que se nota aún más dada la duración de la peli, que ronda las dos horas y que acaba siendo muy previsible.
Sin embargo, En la Cuerda Floja es mejor que Ray por variadas razones, el nivel general de las interpretaciones es más alto y el guión, si bien nunca tiene las agallas de explicar por qué un tío como John R. Cash se convirtió en The Man In Black, triunfa del modo más inesperado y de una forma que nunca me podría haber imaginado: la historia de amor.
No es que sea la historia más grande jamás contada, pero funciona porque es la única parte de la historia que tiene cierta sensación de fuerza y porque Phoenix y Witherspoon tienen “quimica†(defínase química, según la revista Vale, como un choque de voluntades en una relación entre dos personas sabiendo que comparten importantes rasgos en común debajo de un millón de motivos para no estar juntos). 99 de 100 películas de amor se tiran por un barranco por suponer que esa “química†sucede de forma mística y accidental, y porque sus actores, generalmente, ponen ojos de cordero degollado. Aquí, la historia de amor se gana poco a poco y es el único momento en el que se nota que los actores ponen la carne en el asador, particularmente Reese Witherspoon que es ama y señora de toda esta parte de la película. Ojo, no es un papel de los que hacen carrera para Witherspoon, que todavía tiene un par de cosillas que demostrar: sencillamente es su típico papel romántico-pastelero elevado a la décima potencia.
“¡Esa gente! ¡Qué pasa peña!”
Por lo que a mí respecta, Joaquín Phoenix es Johhny Cash, y eso es más que suficiente para salvar la película del aburrimiento letal. Reese Witherspoon lo hace muy bien, sin embargo la película es una biografía de Johnny Cash, y Joaquin Phoenix cumple de sobra en un rol para el que ha tenido que hacerse a medida, a pesar de que comparte un par de rasgos físicos con el cantante pero sobre todo, unas cuantas cargas emotivas: los dos, por ejemplo, han perdido a su hermano. El de Cash cuando tropezó sobre una sierra de calar, el de Phoenix víctima de una sobredosis. Sea por la razón que sea, este tío tiene algo llamado “capacidad de comunicaciónâ€: está cómodo en el papel, se le nota suelto y su interpretación vocal es realmente impresionante. Pero eso no es lo mejor. A diferencia de Jamie Foxx, que convierte a Ray Charles en una parodia de sí mismo durante Ray (nunca me cansaré de insistir que Foxx se da mil vueltas a si mismo en Collateral), Phoenix consigue captar la esencia del personaje sin sobreactuarlo.
¿Es un film merecedor de una nominación al Oscar? Bueno, pues evidentemente no: la línea que le separa del telefilm es demasiado delgada. Si lo comparamos con absolutas gozadas como Toro Salvaje, evidentemente, el film de Mangold sale perdiendo por las razones antes mencionadas: si Johhny Cash es una leyenda, asegúrate de tratar su legado de la forma que se merece.
LO MEJOR:
– Las interpretaciones de Phoenix y Witherspoon, por encima de la media.
– Los momentos musicales, de los que quizás sobran uno o dos y encima, se comete el craso error de centrarse en el cantante, no en la audiencia. Cosa que me parece bien cuando Cash canta delante de 10.000 personas. Cuando canta en Folsom para quinientos presos, la verdad es que uno no nota mucha diferencia. Y debería haberla.
LO PEOR:
– Dirigida sin el menor asomo de chispa. Tras Ray, ya van dos, Hollywood…
