El pasado día 2 de septiembre, el último film de Woody Allen, Cassandra’s Dream (El Sueño de Casandra) –protagonizado por Ewan McGregor y Colin Farrell– se estrenó en el Festival de Cine de Venecia. La película fue recibida de forma tibia por críticos y audiencia, lo que de un tiempo a esta parte (digamos, desde casi diez años) se ha convertido en una constante para Woody Allen: la última vez que contó con el respaldo unánime de todos fue en 1994, con Balas sobre Broadway. Y, en menor medida, con Todos dicen I Love You, dos años después. El caso que nos ocupa a continuación tiene lugar en las páginas de la edición digital de The Independent, donde Geoffrey Macnab, en su artículo “Por qué El Sueño de Casandra es la pesadilla de Woody Allen“, termina diciendo lo que muchos opinan desde hace mucho tiempo: a grandes rasgos, el director de Annie Hall, Manhattan, Delitos y Faltas o Hannah y sus Hermanas, está casi acabado.
Total: que para Macnab, la película es un “titubeante drama, donde incluso los formidables colaboradores de Allen, Vilmos Zsigmond –dire de foto– y Phillip Glass –compositor de banda sonora– parecen incluso a media pastilla”. El periodista de The Indpendent cree que lo único que salva a Allen en estos momentos es la veneración que le demuestran en el resto de Europa, ya que en la rueda de prensa posterior a la proyección del film, “nadie pareció criticar el entrecortado ritmo del film, su extrañamente gentil retrato de Londres, o sus lagunas dramáticas”.
Sin embargo, leyéndose el artículo de cabo a rabo, uno puede deducir que lo que intenta Macnab no es acribillar sin más al legendario director. Aporta razones que podrían ser consideradas de peso. Su razonamiento es muy sencillo: Allen se está haciendo la picha un lío. Con El Sueño de Casandra, “Allen está, por un lado, revisitando su pasado. Por otro, intenta escapar de él. El suyo es el típico cuento del payaso que desea que le tomen en serio”. Todo ésto lo dice Macnab porque a lo largo del film afirma haber encontrado estereotipos de los clásicos personajes neoyorquinos de la mejor época de Allen, una en la que “la tensión entre su deseo de abordar temas de peso y su sentido del absurdo en relación a la cultura daban como resultado algunos de sus mejores chistes”.
Allen abordó este tema en la rueda de prensa posterior. “Siempre he creído que, en sí misma, la vida es un evento realmente trágico, un verdadero desastre. Tiene sus momentos cómicos, sin embargo. Hay momentos placenteros, y momentos que son divertidos, pero básicamente es… trágica. Siempre quise ser un escritor trágico. Un escritor de tragedias”.
Y sin embargo, Macnab resalta que “muchos críticos coinciden en que las películas de Allen no funcionan sin los chistes”, cosa con la que no estoy completamente de acuerdo, y si no echad un vistazo a Match Point, posiblemente lo más serio que ha rodado hasta el momento, donde el humor brilla por su ausencia. De lo que no estoy seguro es de que queramos una secuela como El Sueño de Casandra, donde de nuevo, los personajes se enfrentan a decisiones que les infligen un gran dolor y una tremenda sensación de culpa. Es un problema básicamente creativo, conste, porque a Woody Allen no parecen ponerle muchos peros, profesionalmente hablando.
“Las autoridades hacen lo imposible para ayudarle a rodar sus films, pero sería mejor para su trabajo que le restringieran la entrada en otros países, para obligarle a regresar a Nueva York, donde ha hecho sus mejores trabajos”, afirma el diario británico. Todo ésto, además, sin contar el hecho de que sigue rodando un film al año, “porque es lo que hago”, dice Allen, un ritmo de productividad que te puede salir bien un par de veces –y esto lo opino yo– pero que tras una década de trabajo exhaustivo, pasa factura.
En fin, dada vuestra respuesta guai a la entrevista de Lynch con la MTV, me gustaría conocer vuestras opiniones al respecto de Tito Woody. Si os apetece, en los comentarios.
El Sueño de Casandra se estrena el 26 de octubre en España.