Una de las películas más entretenidas que he tenido el placer de disfrutar en mucho tiempo, Iron Man es la presentación ante el espectador de uno de los superhéroes más complejos del universo Marvel que, entre las muchas cosas que hace bien, actualiza el dilema de su personaje a la época contemporánea, y paradójicamente casi provoca más interés cuando la aventura en sí no tiene lugar en pantalla. Jon Favreau se ha limitado a hacer de maestro de ceremonias de una película en la que brillan con luz propia el reparto, encabezado por un simplemente excepcional Robert Downey Jr. y unos efectos especiales de bandera. Si este es el aperitivo de lo que nos espera, el verano de 2008 no va a olvidarse fácilmente.
Tony Stark es un genio tecnológico, multibillonario, borracho y cínico hijodeputa de mediana edad que ha aumentado su fortuna hasta más allá de lo concebible trabajando como contratista armamentístico para el Ejército de EEUU. Durante la presentación de su último proyecto en Afganistán, Stark es secuestrado por guerrilleros (se evitan fundamentalismos) para desarrollar una copia personalizada de su poderoso misil Jericho. El empresario logra escapar de sus captores y su cabeza recibe la patada metafórica que se ve venir: el abandono completo de sus desarrollos bélicos y el inicio de una carrera como superhéroe enlatado en una armadura. Esta decisión no gusta mucho a Obadiah Stane, segundo en la sombra y ambicioso cabrón, dispuesto a lo que sea para mantener los pingües beneficios de la compañía.
De entrada, el tono resulta atrayente para el espectador adulto: ninguno de los presentes en el film tiene menos de 20 años, ni problemas de autoestima, ni crisis postadolescente ni leches. Esto no es nuevo: se ha visto en películas como X-Men o Hulk, de Ang Lee. Sucede que Iron Man es mucho más ligera que la primera. Y en comparación, la segunda es El Año Pasado en Marienbad. Dado que Iron Man no tiene como objetivo prioritario seducir a la audiencia que se hizo, casi literalmente, pajas el año pasado con Piratas del Caribe 3: Dame tu dinero, la clave reside en mezclar sensación de asombro, entretenimiento, hostias, romance, y cierto desahogo social sobre los conflictos armamentísticos actuales sin comerse mucho el tarro. Jon Favreau no tendrá ni idea de cómo hacer un plano atrayente (Icíar Bollaín rueda mejores diálogos que algunas de las escenas de este film), pero sabe combinar lo mencionado anteriormente. Y cómo.
Para empezar: Iron Man tiene una de las mejores alineaciones iniciales vistas en el cine reciente y su director no tiene intención de dejar a casi nadie en el banquillo. Jeff Bridges y Gwyneth Paltrow son el mejor ejemplo de ello (Terrence Howard –en el papel del disciplinado militar / mejor colega de Stark– se reserva una presencia testimonial, y anticipa con una sola línea el cipotón que puede ser la segunda entrega). Favreau les deja jugar, permite que Bridges transmita amenaza sin poner ni una sola vez cara de mala hostia, con esa media sonrisilla particular y su particular afinidad con establecer contacto físico hasta con el cuarto secundario. En cuanto a Paltrow, creo que no se ha divertido tanto con un papel desde que hizo Shakespeare in Love. Es una actriz que luce realmente preciosa en esta película, y que disfruta con flema inglesa de las mejores réplicas del film. Su conversación inicial con uno de los ligues de Stark es impagable, y es sólo el principio. Tiene que salir más en producciones de este tipo porque interpreta sin esfuerzo.
Todos ellos giran en relación a Robert Downey Jr., cuya interpretación en esta película ha sido relacionada con la de Johnny Depp en Piratas del Caribe. En parte tienen razón: es una presencia dinámica, innovadora, alejada del protagonista tradicional y un completo antihéroe. Pero Jack Sparrow carece de los niveles de Tony Stark, que pasa de escéptico a socarrón, de socarrón a enfadado, de enfadado a justamente indignado, de indignado a cabreado del copón y de ahí vuelta a empezar. Downey Jr. ha evolucionado en sus papeles en el momento en el que se deja querer, y consigue lo nunca visto antes en un film de estas características: no vemos a Iron Man, vemos a Tony Stark con una armadura roja y amarilla, porque ese es el principal fuerte del personaje; el superhéroe no es nada más que una herramienta de su alter ego, no una persona complementaria. Todo lo que sale, sale de Downey Jr, que consigue, levantando una ceja, un efecto mucho mayor que mil cabriolas del rival que se ha empeñado en ponerle todo el mundo, más que nada porque hablamos de dos personajes completamente distintos.
Las escenas en las que se juntan todos estos personajes, exceptuando el ligeramente normalucho clímax de la película, precedido de –estas sí– espléndidas secuencias de acción, transcurren sin efectos especiales que distraigan nuestra atención de sus interpretaciones. Favreau reserva estas armas pesadas para escenas que pretenden causar sensación de asombro, lo que es un fenomenal eufemismo: cuando Stark vuela por primera vez con el traje Mark II, y la guitarrera banda sonora de Ramin Djawadi comienza a sonar a plena potencia, las mandíbulas de la sala se caen a la vez. Los efectos especiales del film son simplemente alucinantes, desde la mecánica del traje ideada por el maestro Stan Winston hasta la animación CGI –parte con la ventaja de que la armadura carece de gestos que pudieran perderse en ordenador, con lo que todo se destina al movimiento y a la integración en pantalla, ambos puntos simplemente perfectos–. La recreación de la avanzada tecnología de Stark, de su maquinaria y de sus ordenadores es lo mejor que se ha visto desde Minority Report, y los efectos de sonido metálicos son extraordinarios. Este film vuelve a situar el listón de los FX una muesca más arriba.
Así que nada, a verla fans del cine de superhéroes porque nos encontramos con uno de sus mejores ejemplos, del que nos guardamos un excelente sabor de boca, la sensación de que nadie nos ha timado y con una de las mejores conclusiones vistas recientemente en un blockbuster. Comed palomitas hasta reventar, y que os aprovechen.   Â
