Después de recaudar como tropocientos millones con la misma película repetida cinco… no, seis veces, uno podría pensar que James Wan ha aprendido a relajarse y a tomarse las películas que caen en sus manos relativamente a broma. Pues bien: resulta que no. De algún modo, el concepto de “civil convertido en vigilante justiciero” no sólo le parece algo absolutamente digno de contemplar de un modo realista y equilibrado, sino que de alguna forma ha intentado, con Sentencia de Muerte, aproximar a nuestra época el concepto que tan bien funcionó en los 70 y 80, presidido por el inefable Charles Bronson (creía que este hombre era chino hasta que cumplí los nueve años o así) e introducirlo dentro de un contexto moralista dentro de los límites de la realidad. ¿Puede hacerse? Bien…sí. No obstante, tiene un problema: es más difícil que atravesar el desembarco de Normandía haciendo un moonwalker. Y hay una cuestión de fondo latente: ¿pa qué?.
Kevin Bacon tiene la apreciable manía de no desentonar casi nunca en ningún papel, y ha salvado su transición de melenas electrocutado / hortera a maduro serio con enorme aplomo y dignidad. Sentencia de Muerte es otra muesca más del revolver de este nunca bien apreciado actor (dita sea) al dar vida al pacífico Nick Hume, padre de familia clase media-alta (vamos, que el nene tiene un dúplex) al que un buen día se le cae el mundo encima cuando una banda maléfica de endemoniados decide ingresar a un futuro miembro mediante un ritual de paso que incluye el degollamiento de un civil, que en este caso no es sino el hijo mayor de nuestro protagonista. La escena es bastante jebi, sanguinolenta y anticipo de lo que promete ser un “frotarse las manos y a contar cadáveres”. Nada de lo que sucede durante los 50 minutos siguientes hace presagiar lo contrario, el film trisca alegremente mientras se muestra como lo que debería ser: una peli de venganzas con escenas bastante tensas (el juicio) y dinámicas (la pelea en el parking, precedida de un tracking de tres minutos es simplemente cojonuda) peeeerooo…. que en su último tercio no puede evitar adentrarse en el terreno en el que Wan se siente más a gusto: la violencia sórdida, con Taxi Driver como referente más cercano (y distorsionado hasta límites inconmensurables).
Bacon lleva el peso del film sobre sus hombros con una seriedad que da asco, acompañado de Kelly Preston y de John Goodman en el papel de maestro armero, que provee a Hume de un arsenal suficiente para tomar Ciudad Sadr en 24 horas. En cuanto al resto de los actores, son de estos tipos que se presentan en los castings bajo el sello de “pinta grimosa”. Todos estos elementos, bien mezcladitos, son caldo esencial para que Sentencia de Muerte se disfrute como la solemne estupidez que es durante gran parte de su metraje.
El problema es el extraño mecanismo mental por el que Wan intenta conciliar “peli de hostias” con “moraleja reveladora mas poco edificante”. Sentencia de Muerte quiere en determinados momentos, que te sientas mal viéndola y que comprendas como la violencia, no importa cómo, donde, ni en que circunstancias, siempre conduce a más violencia. Corte a Bacon volando el pie de un disparo a un malvado villano. Por cierto que Wan intenta dar una especie de trasfondo a toda esta banda de engendros de Satán, con resultados ciertamente…joder, ¿pa qué?. Caminando por senderos cada vez más previsibles, más aburridos y más estéticamente guarros (el film adquiere en su parte final una tonalidad sado que no beneficia mucho, cortesía de John Leonetti, hermano del fantástico dire de foto de acción Matthew Leonetti), Sentencia de Muerte no ofrece mucha más complejidad dramática de la que promete con sus solemnes diálogos entre Hume y el policía idiota de turno. Pero en descargo de Wan hay que reconocer que estamos tratando un tema bastante complejo de manejar porque en este caso la línea entre film con mensaje y avalancha de tiros es demasiaaaaado corta y es fácil hacerse la picha un lío. No lo consiguió Neil Jordan (con La Extraña que hay en Ti, igual de disparatada, igual de pretenciosa, pelín más sólida), y tampoco lo ha conseguido este director, me parece a mi.
El caso es que Sentencia de Muerte podría resultar ciertamente peligrosa si la audiencia se la toma en serio, lo que podría suceder dado que el film se considera SOCIALMENTE RELEVANTE, pillando por sorpresa a aquellos espectadores más desprevenidos (o inexpertos, dicho sea de paso, y que no se me entienda mal). En ese caso, puede de alguna forma polarizar a la gente que dispuesta a implicarse emocionalmente con esta chuminada, dependiendo de su particular visión sobre la venganza y la justicia: los aficionados del cine más liberal no podrán sino repudiarla por su elogio incondicional del sadismo, mientras que los fans más conservadores quedarán absolutamente entregados a esta descacharrante visión de “ojo por ojo”. De nuevo, dos problemas: que si de verdad esta película te despierta a reflexionar sobre su temática, machos y machas tenéis que ver más cine; y que los que queríamos ver una peli de palomitas y nos la terminan metiendo doblada no podremos sino rememorar los greatest hits del anti-héroe creado por Brian Garfield (escritor de la novela en la que se basa esta peli, remake de la obra del 74 con el propio Bronson, que el propio Garfield condenó por incendiaria. Lo que no deja de ser curioso).
