Los antecedentes son necesarios. Funny Games es un remake, calco, copia, como lo queráis llamar, del film original del director austriaco Michael Haneke, estrenado en 1997. Haneke, al igual que a Von Trier, Lelouch, Gueguidian, Chabrol, los Dardenne, etc, etc… son este tipo de directores tan seguidos en círculos minoritarios que los doce o trece hardcore fans que tienen envían cartas semanales a sus respectivos Gobiernos con el deseo de que algún día se decida a permitirles una Iglesia en su nombre.
Haneke es un director que se distingue por hacer obras “abiertas”, es decir, tú espectador ingenuo, tienes que participar de forma activa en el film para extraer tus propias conclusiones. En particular, las historias de Haneke conceden muy poquitos apoyos tradicionales sobre los que el espectador intenta averiguar las intenciones del director. Es un cine sencillo en apariencia formal – nada de planos chungos, montaje Bruckheimer, etc… — pero la forma de comportarse de los personajes no obedece a reglas tradicionales, por lo que identificarse con ellos, sentir algún tipo de empatía, como queráis llamarlo, es harto difícil en algunas ocasiones.
Funny Games rompió esa pauta. Esencialmente, se trata de un thriller: una familia de vacaciones en el campo recibe la visita de dos chavales, inicialmente la mar de educados y correctos, que no obstante revelan poco a poco que bajo los polos blancos y su pinta de angelicos se esconden dos psicópatas del copón. Su objetivo es torturar a la familia –madre, padre e hijo pequeño– perpetrando todo tipo de humillaciones posibles y con una apuesta de por medio: averiguar si sus víctimas serán capaces de sobrevivir 24 horas.
Como véis, todo obedece a la lógica del thriller actual. Pero Haneke – que bien podría dormir colgado de un árbol — no está tan interesado en seguir las reglas del género como jugar con ellas. Y aquí llega la palabra maldita: el metalenguaje. En momentos determinados, ese par de villanos romperán la distancia que separa al espectador del film y se dirigirán a NOSOTROS para compartir sus opiniones sobre lo que estamos viendo en pantalla. De algún modo, quieren hacernos partícipes de la violencia. Y partiendo de esa idea tan, pero tan oigs, tan posmodernista, críticos y críticas han vertido chorros de tinta y de esperma sobre esta obra magna, capital, favorita de Amenábar y bla, bla, bla…
Bien, al grano. Dejando a un lado artistuchadas aparte, Funny Games es un modelo de puesta en escena y, en faena, el thriller más agobiante y perturbador desde El Resplandor, de Stanley Kubrick. Punto pelota, independientemente de la versión de la que estemos hablando. Ésta, en particular, se distingue por estar mucho mejor interpretada que su versión original. Habitualmente se suele favorecer a esos pequeños actores europeos, enormemente capaces, sobre sus homólogos más integrados en Hollywood. Pero éste no es el caso: dejando a un lado que Michael Pitt y Brady Corbet no tienen gran cosa que hacer más que hacer el raro, Tim Roth y en particular una absolutamente excepcional Naomi Watts –nunca me cansaré de decir lo valiente que es esta actriz– llevan en volandas la sensación de a) incredulidad inicial y b) pánico posterior que posibilitan que el mensaje de Haneke llegue con tanta claridad al espectador. Una película que juega con la idea de la violencia no llegaría a buen puerto si la violencia en sí no fuera realmente impactante, y en este caso lo es porque no aparece en pantalla, y porque es la mente del espectador la que está dandole vueltas al tarro cuando se pregunta qué diablos está pasando en esa habitación, qué son esos gritos y qué le estará pasando a la víctima en cuestión.
Todo ello se sostiene con ausencia total de banda sonora y largos planos secuencia que impiden que el espectador distraiga sus ojos un sólo momento de la acción. Todo ello transcurre entre paredes de blanco radiante y escenarios de naturaleza tranquila, de forma que la irrupción de esa pareja de animales y la violencia que llega después sea aún más chocante, más incómoda y mucho más dolorosa. Los espectadores que “disfruten” de esta versión, destinada a un público más mayoritario, se van a enfrentar a una verdadera pesadilla. Formalmente Funny Games es realmente extraordinaria.
El problema es que bajo esa capa… bien: dos pavos se dedican a fostiar a una familia hasta el día del Juicio. Y no hay mucho más. En realidad, a nivel de guión, la cosa es bastante pobre. Todo se desarrolla de forma bastante artificial. Llegan, se cargan los teléfonos y venga a dar leches. Está claro que Haneke está mucho más interesado en aplicar sus talentos como guionista en otros apartados más que en hacer una historia realmente interesante que tampoco se diferencia mucho del rollo de terror sádico que llega a nuestras carteleras hoy en día, y que suelo poner a caldo más que nada porque los personajes no son personajes, sino sacos de boxeo y el objetivo último es asquear al espectador. Independientemente de las reflexiones que pueda despertar… la verdad, de no ser por la puesta en escena de Haneke, el film sería un coñazo de cojones.Â
La gran diferencia entre Funny Games y el resto de películas similares es, como ya hemos dicho, la intención del autor. “Romper el cuarto muro” a través de personajes que hablan con nosotros  es una idea curiosa –se ha hecho más y mejor, no creáis: véanse La Rosa Púrpura de El Cairo o El íšltimo Gran Héroe–, pero en cierto modo válida porque,al fin y al cabo, no estás afectando al universo de tu película. El efecto es similar al de un pequeño paréntesis. Pero alterar convenientemente la trama cuando te da la gana, pues no. Vale que es la idea original del director, pero existen formas más sutiles de hacerlo. Poner un ejemplo de ello sería dar demasiados spoilers, pero baste con decir que váis a ver una escena dos veces con resultados distintos, con todos los personajes conscientes de que la secuencia se repite, sin que nadie plantee la más mínima objeción al respecto. Esa forma de manipular la narración se conoce en la redacción de la revista Cahiers Du Cinema como Deus ex Machina y lo que algunos ven como una “genialidad”, yo lo defino como “pereza” y “exageración flagrante”. Es por lo que algunos hemos estado poniendo a caldo al pobre Shyamalan las últimas semanas. ¿Haneke es distinto por el mero hecho de que sabe lo que no es recomendable hacer a la hora de contar una historia, y después decide hacer una película sobre ello?.
Este problema es la otra cara de la moneda en un film que podría haber sido mucho más eficaz si no fuera tan vergonzosamente consciente de sí mismo. Muchos partidarios de Funny Games entienden que se trata de la guinda del pastel –contempla, espectador, cómo Hollywood modifica la historia a su conveniencia–. Eso, para empezar, sucede en los thrillers. Sí. EN LOS MALOS. Y siempre he dicho que el efecto que produce es el contrario. Ya no estás viendo un film: estás asistiendo a un sermón. Y si Roland Emmerich me tuvo sentado durante dos horas y media en El Día de Mañana diciéndome que mejor emplear motores de hidrógeno que gasoleo 10 de Campsa, mensaje bienintencionado en un bodrio ¿por qué debería inspirarme mucho más respeto un tío con el extraño y poco impactante mensaje de que “la violencia arbitraria es horrible” para luego decirme que –y ahí está el genio– que “la violencia en el mal cine es peor, por ser PRIMERO arbitraria y DESPUÉS en contra de la buena lógica narrativa”, todo ello en lo que es, sobre el papel, una excelente versión de las películas que rechaza?.
He terminado este comentario con una pregunta al aire. Sr. Haneke: misión cumplida.
