Dragon Boll: Evolution es otra muesca más de la línea habitual “es un trabajo asqueroso pero alguien tiene que hacerlo” de la 20th Century Fox: pillamos un guión por ahí, compramos unos derechos, cambiamos los nombres del guión por los de los personajes que acabamos de adquirir, añadimos un par de conceptos para que la cosa se parezca medianamente a la obra original y la estrenamos el mes que viene. Huelga decir que la película es el anticine: lejos de motivar al espectador a que responda de alguna forma , todo el metraje –84 minutos, contando créditos– se ve desde una especie de estado de estupor (tanto que ni os enteraréis de q…sí, ese que sale ahí es nada menos que el ilustre cazafantasma Ernie Hudson). La sala se suele abandonar con amnesia inmediata. Véase Hitman, AVP2:R y similares.
Bof.
El argumento consiste en que el héroe de la historia, un chaval experto en artes marciales llamado Goku, debe recuperar siete bolas mágicas que, una vez reunidas, conceden a su poseedor un deseo, sea cual sea. En su busca también se encuentra el extraterrestre Piccolo acompañado de su secuaz Mai (los seguidores del manga original de Akira Toriyama quizás se rasquen la cabeza pensando en un personaje similar, secuaz de otro villano, Pilaf) y de los pertinentes lacayos/masillas/especialistas. En el bando de Goku se encuentran Bulma, Yamcha y el maestro Roshi (Chow Yun Fat, empapado en MDMA).
Lo único que voy a comentar en relación a la obra original es que se echa de menos ese tono de inocencia y alegría suma que envolvía la obra de Toriyama antes de que Bola de Dragón evolucionara a “mastuerzos que se transforman en otros mastuerzos y que machacan cráneos durante 52 capítulos seguidos”. En el momento en el que el film intenta identificarse con nuestra realidad, comienza a irse al peo. Caso del principio: como Goku va al instituto, aquí se emplea la plantilla habitual de trabajo “Beverly Hills 90210”: frikis de instituto, malotes, la reina de la promoción, etc, etc, etc. para el inicio de la película, en el que ocupa sus buenos 20 minutos, y los otros sesenta se dedican a gente peleando con cuanta más ayuda del ordenador, mejor, porque para eso está.
Como buena producción Fox, es inevitable pensar que algunos de los flashbacks del film obedecen a escenas recortadas y posteriormente insertadas con la ayuda de la herramienta “Editar–> luces, luces, venga más luces”. Al margen de eso, James Wong dirige la función campando alegremente entre pelea y pelea, y con mucho cuidado de no salirse mucho de los raíles, no sea que le corten los huevos. Es de agradecer cierta variedad de escenarios –ahora una ciudad, ahora una cueva, ahora un desierto, ahora un volcán–. En contra del buen juicio y del sentido común, eso de “buscar una bola cada 15 minutos de metraje” es un mecanismo infalible: la acción progresa a pesar de los pesares (temed el momento en el que dos personajes, cualesquiera, se juntan para hablar: no sólo desarrollarán temas de conversación absolutamente inanes, sino que probablemente hagan mención a escenas que ya hayamos visto antes, no sea que se nos escape algún detalle), porque el guión parece que lo ha escrito la ministra de Cultura (¡ZING! ¡ZAS! ¡KAPOW! ¡FIRST! ¡BEST-JOKE-EVURRRRR!).
En cuanto a los protagonistas, lo de Justin Chatwin es nadar contra corriente. A pesar de los buenos esfuerzos del chaval, el actor ya ha quedado señalado por la muerte como El Hijo Gilipollas de Tom Cruise en La Guerra de Los Mundos y ya puede hacer el sólo todo el reparto de 12 Hombres Sin Piedad que se ha quedado con el sambenito. Dejando a un lado el imposible parecido físico, al actor no le han fichado por sus dotes acrobáticas: en el momento en el que levanta la pierna por encima de la cintura el montador corta la escena para meter al doble (Walker.Texas. Ranger). Son Goku no es precisamente Ricardo III en lo que a profundidad de personaje se refiere, pero quizás dotarle de algo de carisma sería lo más apropiado, dado que Emmy Rossum no está por la labor de dejar de fundirse con el decorado. Chatwin oscila entre “mirada agresiva” y “cara de empanado”. No ayuda, la verdad.
Sí ayuda que Chow Yun Fat está definitivamente drogado hasta las cejas y que su larga experiencia en el cine le sirve para entender una prerrogativa básica para cualquier tipo de actor: en qué clase de película se está metiendo. Se podrá decir lo que se quiera de Chow, pero a la hora de interpretar al personaje “que está por encima de los demás y que podría resultar un verdadero cretino de no ser porque el tipo se lo toma con buen humor y tiene cierta pinta de asceta” no le gana nadie. Entre él, James Marsters (que es un malo demoníaco pintado de verde que se inyecta esteroides y para pifiar ese papel tienes que ser Joselito) y una pelea relativamente original en el mencionado volcán la Fox culmina su enésima jugada maestra con una agradecida dosis de vaselina. La justa para que el clímax final (donde NARICES DE GOMA PARECEN DE BROMA y AFTER EFFECTS se convierten en los protagonistas del film) no nos chirríe demasiado.
A Dragonball Evolution la salva –bien, NO la salva, pero vosotros me entendéis– el hecho de que no apunta demasiado alto y que por lo menos cuenta con un material original mucho más rico que esa abominación abyecta que es Street Fighter: La Leyenda –donde la interpretación de Chris Klein es una mirada al Abismo de Nietzsche–.
Hay tantas cosas raras en esta foto que el redactor pasa de comerse el tarro.
Gracias a la idea original de Toriyama, el film discurre entre los agradecidos géneros de la ciencia ficción, la aventura, y las artes marciales. Es por ello que resulta bastante chocante que la peli se las apañe para introducir escenas que no sirven absolutamente de nada, aburra en determinados momentos, que en ningún caso provoque reacción o estímulo alguno (evidentemente, ni hay suspense, ni hay tensión, ni emoción alguna) y que no encuentre el más mínimo interés en disimular, aunque sea un poco, sus enormes carencias de producción (por lo general, y salvo un par de efectos bien metidos, la cosa pinta como un capítulo de El Joven Hércules). Lo bueno –y mi recomendación a los más fans– es que logra situarse a una distancia tal de la obra de Toriyama que ni vuestro orgullo saldrá herido, ni vuestro culo violado. Ha habido suerte, no demasiada, pero es algo.
