Si Ang Lee se caracteriza por algo, al margen de su polivalencia, es por su capacidad de retratar épocas y lugares muy distintos. Un retrato para el que parte de personajes concretos y perfectamente desarrollados que le permiten construir un entorno social que al final da cuerpo y forma al mundo en el que se desarrollan sus historias. Dramas familiares chinos, romances de época ambientados en la Inglaterra de Jane Austen, el desencanto de los padres que vivieron los 60 en Estados Unidos, un amor imposible entre dos hombres en el medio rural, una wuxia con toques de drama romántico que gira en torno a una espada mítica, western y mucho más.
En Destino Woodstock Lee se vale de una familia que se mantiene unida a duras penas, acosada por las deudas y donde la comunicación brilla por su ausencia, para narrar uno de los eventos sociales más emblemáticos de Estados Unidos, el Festival de Woodstock que tuvo lugar en White Lake en 1969. Y cuando digo que narra el evento me refiero a todo lo que rodeaba al festival y cómo afectó al pequeño pueblo, no a los conciertos como tales. Quien espere ver la recreación de las actuaciones de Janis Joplin o Jimi Hendrix se equivoca de película, aquí el escenario casi ni aparece. Por contra si que vemos las hordas de hippies que con su buenrollismo y sus cuelgues de ácido invadieron el lugar que llego a ser declarado zona catastrófica.
Todo lo que el evento tuvo de excesivo también lo tiene de catártico en la película y sirve para que esa familia se reencuentre a sí misma. El contraste generacional vivido en Woodstock es el mismo que se afecta a los protagonistas. En el fondo habla de algo que a casi todos nos toca vivir en algún momento, ese dilema entre nuestras ansias de elegir un camino que nos permita ser felices y nuestro sentimiento de responsabilidad con la familia. ¿Hasta qué punto los problemas de aquellos a quienes queremos pueden interferir a nuestro desarrollo y felicidad personal? ¿Dónde termina el camino de nuestros padres y empieza el nuestro?
Es una película que en cierto modo me recuerda a Casi Famosos, pero en vez de mirar ese contraste generacional desde el punto de vista de quienes eran el símbolo de esa confrontación con una sociedad rancia en plena Guerra de Vietnam, lo hace desde un entorno mucho más minúsculo en el centro de la vorágine.
Al ser, en el fondo, una pequeña historia familiar, es normal que al final lo más destacado de la película sean sus protagonistas. El desconocido Demetri Martin hace un papel de panoli buenazo muy entrañable, pero sin duda me quedo con sus padres. Imelda Staunton y Henry Goodman se comen la película y son quienes realmente se ven obligados al cambio. Dos personajes memorables desde la primera escena, en la que atienden a un viajero de paso, seguida de la visita al banco para intentar amortiguar las deudas y alargar el momento del inminente desaucio.
Es una película que deja muy buen cuerpo, una comedia inocente (que no estúpida), y que además de contarnos todo lo mencionado, nos acerca durante dos horas a lo que durante unos días se convirtió en el centro del universo tal y como dice Liev Schreiber.
