íšltimamente se viene repitiendo constantemente el hecho de promocionar películas con trailers engañosos que poco o nada tienen que ver con el tono film. Este es, también, el caso de Green Zone, la nueva película del fantástico dúo Greengrass-Damon. El tráiler, convenientemente subrayado con la frase “Bourne se hace épicoâ€, nos invita a disfrutar de una pseudo-aventura del amnésico más “badass†de la historia del cine. Pero al apagarse las luces nos encontramos con una película, que si bien tiene algún punto de contacto con la saga, (el maravilloso uso de la cámara al hombro, la edición seca, la fotografía falsamente cuasi-realista) tiene muchos más puntos de contacto con la soberbia United 93, que también comparte esa identidad estilística, que con las aventuras de tito Damon.
En ambos films, partiendo de hechos reales, el secuestro del tercer avión en aquella, la invasión de Irak en 2002 en ésta, Greengrass fabula en torno a los procesos que los causaron, levantando unos antológicos ejercicios de suspense con la vista puesta en el 11-S. Ahora bien, en este caso el director se aleja de la tragedia, poniendo los dos pies en el terreno del thriller contra-reloj, en una suerte de No Hay Salida hipervitaminada y 100 veces mejor rodada, cimentada en un macguffin a lo Hitchcock. Las armas de destrucción masiva (o más bien la imposibilidad de encontrarlas) sirven para elaborar una propuesta frenética en lo formal y rotunda en su mensaje. Cine político de trazo grueso, que no nos revela nada que no conociésemos sobradamente en estos lares, pero que a tenor de la división suscitada entre la crítica americana, -a los que les molesta el discurso de la peli se escudan en argumentos falaces para desvirtuarla como ya ocurriera con Brokeback Mountain,- totalmente necesario.
La mayor diferencia respecto a la saga Bourne la encontramos en el personaje central encarnado nuevamente por un “rock-solid†Matt Damon. Un soldado corriente, un tipo cualquiera y no la máquina de matar que encarnara en sus previos films con Greengrass, que dibuja perfectamente la figura del americano medio que confía en su país, sus valores y sus principios más allá de toda duda. Hasta que la realidad le echa un cubo de agua helada encima, haciéndole dudar de todo su modo de vida y emparejándole en cierta manera con el Jack Lemmon de Missing, de Costa Gavras. En su camino se cruzarán un veterano agente de la CIA, una corresponsal del New York Times, un patriota iraquí que le servirá de nexo con la historia oculta de la guerra y un cínico asesor de Inteligencia Militar (caricatura del siniestro Paul Brenner, el llamado “virrey de Irakâ€), cada uno con sus propias agendas ocultas.
A lo largo de un metraje que pasa como un suspiro, le echaremos un vistazo a sitios que , nombrados implícita o explícitamente, son fácilmente reconocibles, empezando por la zona de exclusión que da título al film, pasando por el infame Abu Grahib, o las panorámicas del cielo de Bagdad que con tanto detalle nos mostró la CNN y que ya forman parte de nuestro imaginario colectivo.
Greengrass usa hábilmente una vez más la técnica que tan bien le funcionó en Bloody Sunday, empleando la primera media hora de película para, con una técnica elaboradísima de falso cine-verite activar al tope nuestra “suspensión de (in)credibilidad†y haciéndonos tragar luego cualquier cosa que se le ocurra. Cierto es que dando un paso atrás y cogiendo cierta distancia frente a los planos cortísimos, tanto en scope como en duración, que nos propone el director podemos llegar a ver el trucaje, pero para eso hace falta un ojo experto y muchas ganas de no disfrutar.
La fotografía hiper-saturada, que con tanto acierto ya había usado Barry Aycrod en En Tierra Hostil, previo ensayo en United93 y El Viento que Agita la Cebada y la eléctrica edición de Cristopher Rouse, llevando al límite la sensación de frenesí de sus anteriores trabajos con el director, no hacen sino incrementar y subrayar esa marca “estás ahí†tan propia de Greengrass que tras agarrarnos por los huevos y no soltarnos en casi dos horas nos despide con un plano final tan obvio como poderoso e incontestable.
Un triunfo rotundo, otro, que aúna de manera maestra el entretenimiento con la calidad bajo la impronta de un estilo tremendamente propio, presidido por un recurso estilístico, en su caso la steady, del cual es maestro supremo. Erigiéndose así, junto a Cristopher Nolan, en el máximo exponente actual de esa tercera via que en diferentes épocas tan bién representaron el mismísimo Hitchcock, Jean Paul Melville , Martin Scorsese o Brian de Palma. Y aunque mucho le falta aún para ganarse un lugar en el Olimpo cinematográfico al lado de tales monstruos, un servidor, entre muchos otros, aguarda expectante asistir a su próximo pasito en tan titánica empresa.
Doctor Diablo.
