Este verano, Fox ha decidido ponerse las pilas. O por lo menos comenzar a intentarlo. El Equipo A es prueba de que Roma no se construyó en un día. Desde luego, tiene momentos pero malos, malos de cojones (en particular el inenarrable clímax final y cualquier otra escena en la que tienen que meter una cosa llamada trama para que la película avance), pero como colección de gilipolleces no está mal. Se respira un sano ambiente de cachondeo y dentro de lo que cabe, es muy, muy ligera –una apreciación que comprenderéis mejor cuando veáis a su prima cutre, yonkarra y leprosa, esto es The Losers–. Además Liam Neeson hace lo que se le pide sin ningún esfuerzo –es decir, ejercer de ancla y vigilar que el film no desbarra– y Carnahan dista bastante del encocado que nos coló Ases Calientes, para parecerse más al hombre que dirigió Ticker, ese espléndido corto para BMW.
Es un primer paso, claro. Luego le podremos pedir objetivos más avanzados, como por ejemplo incluir “héroes” que realmente nos importen; “héroes” que se llaman así porque ayudan a los que no pueden defenderse por sí mismos en lugar de pelear por su interés personal. El film se olvida convenientemente de la parte de la entradilla que rezaba “si tiene algún problema y si los encuentra…”: aquí los únicos que tienen un problema son El Equipo A, que acaban en la cárcel tras ser acusados injustamente de intentar apropiarse de un macguffin durante su última misión en Irak (posiblemente la mejor escena de acción del film. Dinámica, variada, y la única que no hace un gangbang en el culo de Isaac Newton). Queda por saber cuánto tiempo van a tardar en fugarse de sus respectivas prisiones (respuesta: más bien poco) antes de partir la cabeza del misterioso-pero-a-los-cinco-minutos-le-has-calado villano del film.
Lo que sigue a continuación está lastrado por la tendencia habitual del cine de acción contemporáneo, que cree que el espectador de esta clase de films se limpia el culo con la escobilla del váter. Como ya tuiteamos en su momento, El Equipo A pasa a la historia del cine por incluir un flashback para recordar a un personaje, atención, cuatro minutos después de que nos lo presenten por primera vez, en el hipotético caso de que se nos hubiera olvidado. En términos generales, esta forma de comprender al espectador se aplica al resto del film de la siguiente manera: cuando la peli es un cachondeo puro y duro, actúa, se comporta y respira como tal. Ahora, cuando tiene que avanzar la trama, se deja de coñas y procede a enumerarnos datos con una sobriedad que tira de espaldas –por no mencionar hay un momento en el que directamente se saca un personaje del culo–. Es un cambio de ritmo que esta conjetura explica fácilmente: emergió como un proyecto serio de acción, y luego procedieron a añadir coñas, con lo cual tienes una variedad esquizoide de película. Insisto: quizás dentro de unos años se le podrá pedir algo de coherencia al tono de los films –Jungla de Cristal, por poner el ejemplo categórico, conserva el mismo tono ameno, emocionante, casi divertido, incluso en sus momentos más tensos– pero por ahora tendremos que conformarnos con aguantar este error de base. Este tipo de fallos no matan películas, pero joder, cómo las limita. Ver el ejemplo del glorioso Alan Silvestri, cuya partitura aquí es… funcional, sin más.
Entrada en faena, es otra cosa: escenas de acción más absurdas no he visto en mucho tiempo, pero todo el mundo se lo está pasando teta. Los actores –en especial Neeson– saben perfectamente en qué película se encuentran e invitan al espectador a entrar en el juego. Además, qué diablos, la mitad de este nuevo equipo son mejores actores que sus originales. Elegiría a Neeson y a Cooper por encima de Pepperd y Benedict en cualquier momento, lo que pierden en nostalgia, lo ganan en profesionalidad. Copley y Jackson son otro cantar: la propia película les mete con calzador en el prólogo y parecen forzados e incómodos el resto del film. No tanto Copley (aunque apenas se suelta y por ello pierde ese carácter imprevisible que añadía Shultz en cada diálogo) como, en particular Jackson, que tiene que lidiar con una bizarrísima trama en la que M.A. se vuelve pacifista o no se qué milongas. Hay que sumar a Jessica Biel, que a falta de hacer algo mueve esa maravilla que Dios le dio por pandero (su personaje, llamado Charissa Sosa –¡!– primero es “interés romántico” y después… lo que sea) y como colofón, a Patrick Wilson, cuya persona cinematográfica me parece enormemente repelente y fostiable y que, paradójicamente y en el contexto del film, encaja como anillo al dedo.
“Entretenida a consideración del espectador”. Se puede ver sin más, cumple con la papeleta, y demás afirmaciones profundamente subjetivas que dependen, como siempre, de la tolerancia del espectador a este tipo de productos. Me quedo con la idea de que dentro de pocas semanas se estrena la siguiente digievolución del cine de acción de la Fox para esta temporada, Predators, que si bien se puede poner perfectamente a caldo, también es innegable que detrás de ella hay un equipo de personas que conciben a la audiencia con mucho más respeto del que está acostumbrada en estos últimos tiempos –su brillante y pausada primera hora, voy avisando, puede ser un shock–. El Equipo A es un paso intermedio que, para mí, se salva por su intrascendencia y por sus estupideces varias. No obstante, estamos a nada de un cambio, lo noto en mis huesos, y sólo espero y deseo que este tipo de films caigan cuanto antes en el olvido o sean rescatados del baúl de los recuerdos con cierta condescendencia, pero no demasiada. Quede clara una cosa: los aficionados al cine de acción megaespectacular podremos llevar viviendo desde hace décadas en una Nakba permanente, pero la solución no es utópica: al primer resquicio que veamos, hay que echarse el cuchillo a la boca y gritar “revolución”. Es lo que nos merecemos.
