Referencias. Referencias es cuando estás sentado con tus colegas bebiendo cerveza discutiendo si decides pulirte en piratear la Play2 con doce juegos copiados, o ahorrarlo para pagar el alquiler y en mitad de la conversación alguien salta con “Seguro dental, Lisa necesita un aparato” (Last Exit To Springfield, Los Simpson, 9F15) y, antes de que te quieras dar cuenta, la mesa se ha convertido en las Memorable Quotes de la IMDb. Si el momento es propicio y los astros se alinean, es muy posible que tardes en olvidar los siguientes treinta minutos, una exhibición de audacia mental, gesticulación, imitación de voces y, en el clímax de momentos cómicos de nuestra juventud, pertinencia a la conversación –probablemente bastante más seria– con la que comenzó todo el chochamen.
Menciono “referencias” porque Scott Pilgrim vive por referencias y muere por referencias, muchas monotemáticas (obsesión enfermiza por Super Mario Bros., el ejemplo cantado), y no todas ellas se integran en la historia, y ese es mi primer problema. A lo largo de las dos horas que dura el film, me parece que estoy viendo más una colección de centenares de momentos brillantes que, a la larga (dos horas “larga”) , aturden por acumulación; el segundo, por orden creciente de gravedad, es Michael Cera; y el tercero, íntimo, personal, letal: yo no quiero vivir en el mundo de Scott Pilgrim. En el fondo, está bastante vacío.
Y mira que es vibrante. Es un mundo donde cada efecto de sonido está acompañado de una onomatopeya, la música abunda, y, cada vez más metidos en el film, la realidad se confunde con el videojuego old-school y los desafíos a los que se enfrentan sus protagonistas son verdaderamente descocados: si Scott Pilgrim, bajista del grupo Sex Bob-omb (ZING!) desea salir con Ramona Flowers (ZING!), la chica de sus sueños, deberá derrotar a sus siete exnovios (ZING!) en peleas fantásticas donde todo puede ocurrir y ocurre, donde los enemigos caidos dejan monedas (no voy a linkear esto), se conceden vidas extra como premio a los merecimientos (ni ésto), y obtienes armas que incrementan tus cualidades (ni mucho menos ésto). En términos visuales y de entretenimiento, no escatimemos palabras, molan de puro absurdas. Y estructuralmente hablando, el film está absolutamente libre de toda excusa, porque si funciona como un videojuego, no se le puede criticar que su historia se desarrolle como un videojuego, donde cada ex novio es una fase. Además, tampoco funciona del todo así. Wright es demasiado director como para que el film funcione de manera tan horrendamente mecánica, y entre fase y fase aprovecha para trabajarse al máximo los personajes. Es más: supedita la historia de amor a las hostias. Y ahí se mete en el desmadre. Con toda su buena voluntad y pobrecito y todo lo que queráis, pero no hay piedad en este dojo.
Porque no tiene nada que me enganche al margen de las leches. Pero nada. Pasados treinta minutos en el mundo de Scott Pilgrim, descubres que no hay conversaciones afectuosas con sus amigos –cada frase que sueltan personajes tan “entrañables” como “el mordaz”, “el cínico”, “la hermana cotilla” y “la psicópata enamorada” intenta superar en ingenio a la de su interlocutor sin un contenido real que la respalde; el film intenta ser afectuoso en la parte final, pero recoge lo que siembra–, que Sex Bob-omb es un ejemplo perfecto de estas chorradas que intentan hacer pasar por rock en nuestros días; que la primera onomatopeya está bien, la cuarta cansa, la centésima parece una tomadura de pelo y sólo llevamos media hora. Nos damos cuenta de que algo no funciona en el pilar básico del film, la historia de amor, en la que Ramona es más un constructo de chica cool y objetivo a conseguir, cuya su variopinta lista de exnovios y su comportamiento errático la describen como un personaje poco definido, mientras que Scott, guía, avatar, protagonista del film, es… bien… es un verdadero coñazo de tío.
Sí, es un tópico de crítica. Pero es un problema tópico en esta clase de films que tratan de responder a nuestras inquietudes culturales sin buscar más explicaciones que nuestros propios hobbies, sacrificando a las personas que los disfrutan: las personas no somos conjuntos de aficiones. Debemos mucho a las mismas, pero somos mucho más que ellas, porque las elegimos nosotros. Referenciar es divertido, mientras dura, pero pensad en la otra cara de la moneda: como Scott y sus colegas no son más que un conjunto de talentos, si por casualidad odias los talentos de Scott –es decir, si eres de Sega y lo único que te pone es Vivaldi–, el film comienza a perder puntos. Es un problema inane que parte de un planteamiento inane y que bien mirado tampoco es tan grave, total: mente abierta y ya está. Pero lo que realmente me hincha las narices es hasta qué punto está dispuesto el film a sacrificar su espíritu en favor de convertirse en una apoteosis pop (la historia cool de moda con el actor cool de moda) y para muestra un botón: se ha convertido al presumiblemente vivaracho y dinámico personaje protagonista (portada del primer número con toda la significación que conlleva)…
…En esto. Podéis suspirar.
Como se emplea la falsa lógica de que las tendencias son chulas por ser tendencias (en alguna parte del mundo, alguien debe de tener razón) De ahí el milagro hecho de que, todavía en 2010, Michael Cera todavía siga teniendo trabajo: un actor que sólo ha funcionado bajo un único contexto, Arrested Development, y cuya persona cinematográfica se repite una y otra vez. Puedo aceptar el pelo revuelto, los andares desmadejados, el estilo retro, pero no puedo con el hecho en cada película el semiautista salga indemne a costa del trabajo del resto del reparto. Tres ejemplos: Kieran Culkin como su mordaz –únicamente mordaz, sólo es mordaz, mordaz es lo que sabe hacer. Es mordaz– amigo gay, Chris Evans como estrella chulopollas –por eso este tío se lleva Capitan América– y, sobre todo, Mary Elisabeth Winstead: el par de ojos más extraordinario de su generación de actrices, no por lo grandes que son, sino por la forma en la que los utiliza –sube un milímetro el párpado y convierte una expresión de tristeza en desprecio total–, que derivan en el aplastamiento total de Cera en cada escena.
Esto es lo que me ha parecido Scott Pilgrim. Si por casualidad os he dentado la armadura, no os asustéis: soy el puto Yo quien ha escrito esto, fair and balanced como Fox News y puedo decir que aun siendo un Edgar Wright enormemente desnortado –para referencia, la de Dos Policías Rebeldes II en Arma Fatal, esa sí que me volvió el culo del revés– es Edgar Wright y de lo que no se le puede acusar es de haberse dormido en los laureles. Hay un noventa y nueve por ciento de posibilidades de que os olvidéis de la reseña en el momento en el que comienza la primera pelea (entra convenientemente tarde, aumentando nuestra expectación); no hay plano que no esté currado y repensado hasta la exageración, ni hay escena abordada con descuido.
Pero en mi mundo, Scott Pilgrim es más un bizarro examen de la chavalería ¿pop? ¿nerd? ¿emo? ¿business like? ¿todas? que una película de acción y para ello, Wright a) ha elegido un lenguaje demasiado rápido, demasiado contundente, b) ha renunciado conscientemente a desarrollar los puntos más importantes de su historia –yo dudaría, pero que muy mucho, en calificar a este film como uno de “pasar el rato y ya está”, porque apunta bastante más alto– en favor de sus delirios, algo sólo que está al alcance de los verdaderos madafakas y a+b:Â ha reducido la peli a un montón de nada que será aún menos nada cuando Friedberg y Seltzer decidan parodiarlo el año que viene (esperemos que no). Quizás es la clase de sobredosis de información que caracteriza a nuestro entorno. En ese caso, nos pirateamos la Play en lugar de pagar el alquiler. En ese caso, tenemos problemas.
