Hasta la fecha no me había visto una sola película del tandem Adam McKay-Will Ferrell a pesar de las considerables bondades que otorgaban a unos filmes que tenían cosas que me pirran: humor grueso, parodias más o menos acertadas de la cultura norteamericana más redneck (en el sentido más amplio, válgame) y el propio Ferrell, que sin ser un tipo que haya admirado de forma especial, sí que se había ganado un huequito en mi corazón con su Mugatu de Zoolander.
Los Otros Dos la vi como imagino que va a verla la mayor parte del público, porque es una comedia sencilla, fácil de digerir y que si no apasiona al menos tampoco aburre. Para mi alegría la película es eso y mucho más. Es un descojone continuo, con un humor basto como él sólo mezclado con otro mucho más elaborado, igual de grueso, pero menos obvio. Y además es una película que le mete un palo por el culo a la actual dictadura empresarial y bancaria, auspiciada desde los propios gobiernos, y todo sin que ese mensaje te lo restrieguen por la cara (salvo en los créditos finales que vana compañados de unos datos demoledores que deberían hacer que los espectadores a la salida cogieran un bidón de gasolina y prendieran fuego a la primera sede bancaria que pillaran por banda). No te lo restriegan porque la película siempre tiene claro que la película es una comedia sobre gente corriente que quisiera ser algo más de lo que son, pero nunca riéndose de ellos, sino de los modelos que ansían imitar.
Todo comienza de una forma simple. Allen Gamle y Terry Hoitz son dos mindundis en la comisaría en la que trabajan. El primero es un cobarde que vive pegado a un escritorio persiguiendo irregularidades y fraudes varios y pasando informes ajenos, el segundo es un quiero y no puedo aspirante a héroe de acción y condenado al odio eterno de sus compañeros por haber pegado un tiro a una estrella de baseball por error. Sus opuestos son los héroes de la ciudad, Samuel L. Jackson y The Rock en modo motherfucker que presentan la película de una forma delirante y muy prometedora que gana enteros en su segunda y gloriosa escena poco después con una sobredosis de ego que les lleva a tomar la última y más absurda decisión de sus vidas. Esa decisión será la que de pie a Hoitz para empujar a su compañero a tratar de convertirse en los nuevos héroes de Nueva York.
Contar más sería destripar las sucesivas coñas, a ritmo de ametralladora, que guarda una película que siendo una parodia del cine de acción guarda algunas de las escenas más aparatosas que he visto últimamente en el género, que no renuncia a la hipertrofia cinética de algún que otro tirotéo o borrachera de bar, y que, como comentaba, haciendo muchas coñas en torno a sus protagonistas, consigue no humillarlos nunca, y que el humor parta de su puteo constnte y del absurdo delirio que montan alrededor de ellos, pero siempre siendo conscientes de que los héroes del público son ellos.
Seguramente a más de uno no le parezca gran cosa, pero para mí es el paradigma de comedia aparentemente tonta que en realidad no es ni mucho menos tal cosa. Entre chistes sexuales, puñetazos al ego masculino de los personajes y situaciones inverosímiles hay una auténtica oda al hombre de a pie y al currela y una patada en la boca al sistema de poder que hay actualmente en el mundo, y que no es cosa de socialistas, populares, republicanos o demócratas, sino de bancos, aseguradoras y demás megacorporaciones que sin que nadie las haya elegido para ello, toman decisiones por todos nosotros y casi siempre en nuestro perjuicio. Y todo esto, como decía, sin que te restrieguen el mensaje por los morros. Quizás el epílogo sea un poco obvio en ese sentido, pero siempre se evita dejar en el público la sensación de estar dándote una lección moral y un discurso panfletero, que es algo en lo que la crudeza de gran parte del cine social incurre muchas veces, en un exceso de subrayado de lo bueno y lo malo que a veces más que adhesión a una causa genera el efecto contrario por saturación.
Resulta gratificante, en cualquier caso, que sea en la propia cuna del sistema capitalista donde surjan algunas de las críticas más acertadas, que no pasan por derribar el estado actual de las cosas, pero sí por ponerlas en cuestión para que al menos, fuera de ideas utópicas, algún día nos compensen por toda la mierda que nos estamos comiendo, y para que sean conscientes de que no sólo los gobiernos, sino también las empresas, se deben tanto a la gente como a sí mismas. Ale, terminé mi sermón.
