¡Que paren el mundo que yo me bajo¡ Esto es lo primero que me vino a la cabeza cuando empezaron a rodar los créditos finales de la nueva y magistral película de Clint Eastwood, al recordar que no llega al 50% de críticas positivas en Rotten Tomatoes.
Y es que si este alarde de buen gusto, de clase, de cine con mayúsculas en definitiva, le ha parecido una mala película a más de la mitad de los profesionales de la crítica estadounidense es que algo va realmente mal en las tendencias y los intereses del público actual. Pero empecemos por el principio.
Hereafter, ajustadísimo título desprovisto de su doble sentido en la patética traducción española, parte de un guión original de Peter Morgan ( The Queen, Frost/Nixon) , escrito justo después de que éste perdiera a un amigo muy próximo, y nos cuenta la historia de tres personajes en diferentes partes del mundo, cuyas experiencias nos guían en una reflexión sobre la influencia de ese mundo desconocido que nos espera (o no) después de la muerte, en nuestra vida presente. Ese Hereafter titular hace referencia tanto a lo que pueda haber cuando caiga la cortina, como a lo que hagamos con el tiempo que nos queda a partir del instante actual.
Marie Lelay, una luminosa Cecile de France, cuyos ojos establecen un delicioso romance con la cámara del maestro, encarna a una periodista francesa que tras una experiencia cercana a la muerte descubrirá primero para su desconsuelo y finalmente para su liberación, que su aparente prosperidad está cimentada en un cúmulo de mentiras bien decoradas. Los hermanos Mclaren dan vida a unos gemelos británicos cuyo vínculo será puesto a prueba de la forma más terrible posible. Y, completando el terceto/cuarteto, el casi siempre estupendo Matt Damon, interpreta a George Lonegan, un médium que huye de un don que le hace imposible trabar contacto íntimo con ningún ser humano, sin acceder automáticamente a los rincones más privados de su psique. Todos ellos realizan un trabajo excelente pero quizás es Damon el que se lleva el gato al agua en una de esas sutiles interpretaciones que te permiten conocer a un personaje más por lo que calla que por lo que dice.
Los destinos de estos personajes acabarán finalmente entrecruzándose, en un clímax que requiere una cierta suspensión de incredulidad, pero tan sólo en las circunstancias que los unen, siendo sus motivos y su evolución durante el film perfectamente coherentes y muy bien desarrollados en el guión de Morgan.
No cabe otra palabra que magistral para definir el trabajo como director de Eastwood. A su consabida elegancia y su implacable control de los tempos narrativos se une aquí una atención inusitada por el detalle, que nos permite saber muchísimo de cada personaje a través de los más mínimos gestos y en algún caso incluso tan sólo por la forma en que los encuadra al presentárnoslos.
Nos encontramos ante una película que embruja, que te pide que te relajes y te dejes guiar a través de un laberinto de emociones, que compartas sus miedos y esperanzas y que te permite empatizar con ellos a través de los sentimientos de pérdida y de búsqueda de un sentido y una dirección hacia donde encauzar nuestras vidas, que todos hemos sentido en algún momento.
Con este material de partida en apariencia, y solo en apariencia, tan alejado tanto de los libretos habituales de Morgan como del cine de Eastwood, tanto por el tema tratado como por las conexiones espirituales y/o místicas del mismo, Clint articula una vez más su maravilloso discurso humanista y nos regala un trabajo honesto y muy arriesgado que recupera al cineasta en su mejor versión después de la simplemente correcta Invictus. Y remarco que tan sólo en apariencia, dado que más allá de otras consideraciones, el film, como el grueso de la filmografía del maestro, reivindica la capacidad redentora del amor y el abismo al que nos cierne su ausencia, ya sea éste a una mujer, a una familia, a amigos o pupilos que son parte de la misma o incluso a conceptos como la misma libertad.
Arriesgado en lo formal, por iniciarse con una escena de cine de catástrofes pura y dura que debería usarse en las escuelas de cine para futuros aspirantes a director de blockbusters , por el ritmo extremamente pausado del film, siendo este uno de sus mayores aciertos; abrir el angular, encontrar la posición perfecta para la cámara, dejar respirar el celuloide y hacer que los actores reciten sus líneas saboreándolas, sin ningún tipo de pudor en mantener un plano que dobla o triplica los tres segundos usuales de los perpetradores de pseudopeliculas para primates con déficit de atención.
Arriesgado en lo temático, porque no dejará satisfechos a los que creen y será objeto de cierta mofa entre los racionalistas intransigentes, que como nos muestra la película no dejan de ser otros fanáticos que idolatran otro tipo de Dios. Porque echará para atrás a los consumidores habituales de dramones por su extrema contención. Y porque enojará a los que buscan respuestas donde Morgan y Eastwood sólo nos ofrecen preguntas y nos piden nuestra colaboración.
En definitiva arriesgado por ir a contracorriente de casi todo y casi todos, sin alinearse con ninguna doctrina ni credo, por su profundo respeto al ser humano como individuo, lo que cada vez más en los últimos veinte años ha ido erigiéndose en marca de fábrica de quien más allá de ninguna duda se ha convertido en el último cineasta clásico, en un Hollywood dónde priman los productos prefabricados dirigidos a un target específico, independientemente de su mayor o menor calidad. Contrariamente a esto Eastwood filma para todo aquel que le quiera escuchar, para recordar a muchos lo que ya sabían y habían olvidado, y para recordarnos a todos lo importante que resulta mantener nuestra humanidad en un mundo cada vez más acelerado, frío y estéril.
Un cine que no necesita de coartadas intelectualoides ni de artificios de feria para existir, sólo el puro y llano placer de contar historias. Un cine hecho por y para el último hombre libre.
Doctor Diablo.
