Si hay algo de lo que se quejan la mayoría de guionistas de televisión en España es de que, por algún motivo, los capítulos de series de ficción son considerablemente más largos que en la mayoría de los países, incluyendo Estados Unidos e Inglaterra, que son el espejo donde casi todos se miran. Si en Estados unidos una sitcom no pasa de los 25 minutos en España no duran menos de 50, y si las series “dramáticas” allí duran 50 minutos, 60 a lo sumo, aquí no bajan de 70. Es el caso de series como Águila Roja, en las que cada capítulo dura poco menos que los 90 minutos de un largometraje.
Es por ello, que entre la poca diferencia de duración, la reutilización de casi todos los decorados de la serie y la nula diferenciación a nivel de puesta en escena y dirección de fotografía respecto a la serie, la sensación al terminar de ver la película es la de que nos han colado un capítulo algo más largo a modo de película.
Es cierto que en este caso la trama central de la película es autoconclusiva. Todo gira en torno a una conspiración de Francia, Inglaterra y Portugal para matar al Rey de España durante una convención entre los cuatro imperios para buscar, a priori, la paz. Pero al margen de eso no hay diferencias respecto a la serie. Águila Roja no es más que uno más de los numerosos personajes que componen el reparto coral de la serie y la película, pasivo durante buena parte de la trama debido a un accidente que le hará replantearse su condición de justiciero enmascarado. Es más, juraría que es más activo Sátur, su fiel amigo y personaje cómico de la serie. Eso sin contar la introducción de nuevos personajes como el del Padre Mateo (interpretado por Antonio Molero, alias, Fiti) que abre la película y será también un invitado de excepción en la misma.
En el fondo el problema es el de siempre en muchas de estas series con el sello de Globomedia, dirigidas a toda la familia y con una realización que sin ser cutre, peca a veces de excesivamente televisiva. Es la obsesion por querer gustar a todos y no dejar a sus producciones encontrar un público más concreto y menos heterogéneo que obliga al final a que lo que vemos esté a medio camino de todo. Van del culebron a la comedia, de la comedia a la serie “familiar” y de la serie familiar a la de aventuras. Nada es excesivamente cómico, pero tampoco excesivamente oscuro, ni excesivamente dramático… es neutro en el peor sentido de la palabra. No hay valor por apostar por algo distinto, en el fondo, por muchos años que pasen, seguimos viendo Médico de Familia una y otra vez.
Gustará a los seguidores de la serie porque es más de lo mismo, para los demás será como ver la tele en pantalla grande.
