No es extraño que en una saga donde el metacine ha sido siempre un elemento de base, al igual que el humor, se rían de sí mismos, de las secuelas, de los remakes y del mero concepto del cine dentro del cine. El comienzo de Scream 4 es sin duda uno de los mejores que he visto en bastante tiempo, y también de los más divertidos. Una declaración de intenciones total a la vez que un gancho digno y esperado para su público.
Un gancho que vendrá seguido de un segundo acto más convencional, pero a su vez, un desarrollo que no podría ser otro en la divertida saga creada por Wes Craven y Kevin Williamson, cuyo retorno como guionista se nota mucho, y siempre para bien.
Sidney regresa a Woodsboro años después de sus sucesivas tragedias para presentar un libro en el que dice haber superado el trauma vivido. Un superventas que da por cerrada una etapa de la protagonista (del mismo modo que todo el equipo había dado por concluida la saga) que obviamente va a volver a su vida porque, de algún modo, es lo que el nuevo Ghostface, los medios y nosotros demandamos. Años después estamos deseando volver, a medio camino entre la nostalgia y la satisfacción de ver cumplidas nuestras expectativas, a aquello que un día nos marcó, nos divirtió y que hasta nos define como espectadores.
Hoy vivimos en un tiempo en el que el culto a determinados iconos culturales se ha hecho casi una necesidad, una forma de reconocernos a nosotros mismos en aquellas cosas que nos han forjado y que pensamos que nos definen. Es el resultado de estar hipermediatizados y conectados a mil cosas, y a la vez, a ninguna. Nos autoafirmamos de forma compulsiva en blogs, redes sociales, foros, etc. y nos encanta leernos y escucharnos. Necesitamos, en definitiva, autoconvencernos sobre nuestra personalidad y hacerlo en base a la inabarcable ingesta de cultura pop que llevamos en la cabeza. Eso es lo que mueve esta película, la necesidad de trascender, y de hacerlo a través de repetir lo que conocemos y que sabemos que funciona. Un deseo banal pero propio de nuestros tiempos, de la industria del cine y de nosotros mismos.
Es por ello que Scream 4, además de divertirnos y darnos un final también memorable, nos da un repaso de arriba a abajo como sociedad que se sustenta en autoimitarse, en vivir de las rentas, en ser el centro de atención y en el éxito a cualquier precio, y lo hace siendo consciente de que la misma película es un reflejo de esa realidad, también propia del actual Hollywood, una cuarta entrega de una saga que dice reinventarse para darnos lo mismo de siempre, que en el fondo es lo que pedimos.
