Estoy comenzando a rendirme con esto del cine. Mirad, una vez terminado un pase de prensa, suelo escanear subrrepticiamente los rostros de los asistentes para evaluar del impacto inicial del film sobre la audiencia –lo que es fascinante y en absoluto morboso–. La respuesta llegó en forma de una imagen clara y distinta: la teta de Sabrina saliendo por encima del sujetador en la Nochevieja del 87. Aún sin poder discernir exactamente las implicaciones de ese momento yo, a mis seis años, sabía que había visto ALGO. Y ALGO es lo que vimos los espectadores de Transformers: El Lado Oscuro de la Luna, que durante buena parte de su metraje es un verdadero desastre de película, la clase de film que hace buena la teoría de que cuando se trata de hacer las cosas horrendas, no hay fondo en el barril, y de repente va y se se saca un tercer acto absolutamente demoledor y tan diferenciado de lo visto anteriormente que nos encontramos con dos películas en una: mierda incomprensible –cortesía de un director que parece estar experimentando una suerte de Alzheimer narrativo, por el que ya ni siquiera es capaz de dar sentido a un miserable diálogo– por un lado, y una película bélica de ciencia ficción monumental por el otro, que podría venderse por separado en edición especial. Que alguien me lo explique.
Los primeros 70 minutos ni siquiera califican como película y si alguien creía que Bay había alcanzado el tope de ineptitud narrativa en la segunda entrega que se prepare para un nuevo récord. Godard podría analizar esta parte del film y se encontraría con un problema, así que vamos a simplificar en la medida de lo posible: Una nave transformer llega a la luna en 1969 la NASA emplea la primera misión tripulada al satélite para descubrir los secretos del artefacto, que permanecen fielmente guardados durante unos cuarenta años hasta que de repente ñakfajf Chernobil fdhfdhfdhffdffdfhf un buitre robot muy chulo jdofhohfhsdhfsifhi oh, no, John Malkovich fjfodsbvbvbv Megatron fodhfoiñdhfhfdhfsh bandera americana fjdfiowfoihfhf furcias rusas dfdfjafjdiifhhf Ken Jeong viola a Shia LaBeouf en un váter fjdofdfjsfsfsijofsif la extraña nariz de boxeadora de Rosie Huntington Ronweasley me corta el rollo flkdmfdfsdnlkfjdsif ey, los chulopos! dfnfdfhdfhiodsjfojdif pedazo de plano en Cabo Cañaveral ndsfsdufidifdufius. Y así.
Quizás tengáis ganas de aclarar esta sinopsis, pero os recuerdo que Transformers 3 comienza un prólogo con voz en off, y en un momento dado recurre a ese mismo prólogo con una voz en off sobre la voz en off del prólogo inicial. Hay un desinterés tan enorme del director por la trama (y la hay, fijaos en el prólogo, que quiere ir a algún sitio) que aún olvidándose de los habituales tics de auteur de Bay –niveles de patrioterismo tóxicos hasta para un presentador de Intereconomía, fetichismo militar, inserción anal de marcas comerciales, protagonistas y escenas de acción introducidas con calzador, desprecio total a la moralidad de nuestros héroes [el film arranca con los entrañables Autobots liquidando moros en plan black-ops ilegales], su sentido del humor “no-gracioso-estúpido-sino-estúpido-estúpido”, y su insistencia en el concepto de posesión: el coche más rápido, la piba más buena, el cheque más grande–, todo está tan bochornosamente mal explicado que ni siquiera eres capaz de identificar escenarios, estimar distancias, aventurar motivaciones o detectar ni un sólo vestigio de realidad, hasta que sólo eres capaz de asumir masas de átomos moviéndose en el espacio y el tiempo con un oscuro propósito. Eso con suerte. ¿Shia LaBeouf? Drogado. ¿Patrick Dempsey? Dormido. ¿La maceta? Ahora es rubia.
Los primeros 80 minutos de Transformers 3 son el equivalente a contemplar cómo un 747 lleno de recién nacidos intenta aterrizar con los dos motores ardiendo y las ruedas delanteras como único tren de aterrizaje funcional: es espantoso, pero no puedes dejar de mirar. Quién sabe cuando volverás a ver algo igual.
Y entonces llega Chicago y experimentas físicamente qué sucede en tu ordenador cuando pulsas el botón de “reiniciar”. El tercer acto de Transformers 3 es, simplemente, el momento culminante de los efectos especiales contemporáneos y, en términos generales, mucho más que un clímax o un corto extendido: es un film en sí mismo. Mente limpia. Atención. Olvidaos de Transformers y de los últimos 25 años de cine comercial estadounidense: aquí tenemos la historia de un chaval que tiene que rescatar a su chica de las garras de robots malos que han invadido el planeta acompañado de un grupo de soldados y de un grupo de robots buenos. Tan sencillo y atractivo como eso. Y aún más interesante por la economía narrativa de la que Bay hace gala desde el inicio de la invasión, que se resuelve en cinco minutos con espectaculares y asombrosos planos estáticos, impecablemente compuestos, de enormes naves liquidando edificios y, en última instancia, vida humana.
Los personajes tienen que progresar hasta llegar al centro de la ciudad, epicentro del conflicto claramente expuesto por el director, que recurre a planos generales o por satélite para que te enteres más o menos dónde está cada uno. No es que lo consiga del todo, pero existe sensación de avance y, dado que los malos están a punto de activar su plan definitivo, cierto grado de tensión creciente. Se respira, más o menos, sensación de peligro a cada instante porque en cualquier momento puede aparecer un robot gigante –o un monstruoso gusano metálico– para darles zapatilla. Bay está absolutamente on fire en este tramo final del film, que dura el doble que los clímax de las anteriores películas pero que cansa la mitad gracias a cierta variedad (creedlo o no, la escena del edificio vista en los trailers es pura aventura y alivia tanto tiro y tanta hostia), buena planificación y, cuando todo lo demas falla, cojones puros y duros (el descenso de los paracaidistas es absolutamente increíble) junto con una integración CGI, iluminación y efectos de partículas absolutamente extraordinarios (fijaos en la imagen de abajo de Optimus, momentos antes de entrar en Chicago, cuando Bay decide dar a la imagen tonos grises apocalipticos rollo Ryan). Simplemente, es la maldita película de Transformers que tenía que haber aparecido en 2007 y desde ahí progresar sobre ella. Y con tantos minutos de mierda que me he comido, en este caso no es mejor tarde que nunca: siempre, siempre, siempre me quedará la duda. ¿Esto me está gustando tanto porque a Bay se la ha iluminado la bombilla y se revela ahora como el genio que siempre fue? ¿O porque lo visto anteriormente me obliga a aplaudir cada vez que veo algo que alcanza el límite mínimo de lo decente?
¿Qué hacemos entonces? ¿Eh? ¿Os recomiendo una no-peli en su primera parte y una cita veraniega obligada en su segunda mitad? ¿Qué hacemos con Michael Bay? Porque si sigue por ese derrotero, dentro de dos años no será capaz ni de enfocar una imagen. ¿Le fichamos como director de segunda unidad para que se encarge de las escenas de acción? Sería ridículo, pero uno no sabe si empezar a pensar en esa posiblidad, que abre camino a un sinfin de conjeturas cual Mourinho con sugus de piña. ¿Por qué esta película es tan irregular? ¿Por qué hay tanta diferencia entre su segundo acto y el tercero? ¿Por qué diablos nadie se da cuenta de que 145 minutos es demasiado tiempo? Y sobre todo ¿qué es necesario dar a Michael Bay para que encuentre la inspiración más a menudo? Este no es el cineasta acobardado de las dos primeras entregas. El Bay de los últimos 80 minutos es algo que no se había podido ver desde Dos Policías Rebeldes II, y esto puede ser el espectáculo del año, pero si aparece a costa de experiencias tan absolutamente miserables como los 80 minutos de conjunto de celuloide desperdiciado que precede al verdadero film, mejor me voy olvidando. Me estoy haciendo demasiado viejo, y es posible que la próxima vez no aguante con vida.
