Con un año de retraso nos llega una de las películas británicas más estimables del año pasado y seguramente una de las mejores comedias de 2010, que supone, además, el debut como director de todo un icono de la comedia británica, Chris Morris. Conocido por sus papeles como presentador de informativos en The Day Today (donde se inició junto a Steve Coogan y Armando Ianucci) y por el genial Denholm Reynholm de Los Informáticos, Morris venía avalado por una dilatada carrera como guionista y realizador de varias series cómicas basadas en un humor que siempre ha tratado de ridiculizar todo aquello considerado “serio”.
Four Lions cuenta la historia de un grupo de islamistas radicales afincados en Londres que planean inmolarse en un atentado de proporciones épicas. Con semejante premisa, más propia de una película de Paul Greengrass que de una comedia, Morris no pierde ni un solo instante en sumergirse en los aspectos más ridículos de esta realidad y convertirlos en puro oro para la comedia. No es de extrañar que la película comience parodiando el aspecto que a nivel mediático más reconocemos de este tipo de terrorismo, los vídeos que los yihadistas utilizan para reivindicar sus acciones y llamar a la lucha contra los infieles. Se trata de una estrategia tremendamente inteligente por parte de Morris engancharnos por lo único que nos resulta familiar y a partir de ahí presentarnos a unos personajes que no sólo resultan graciosos, sino que nos resultan entrañables, y construir a partir de ellos una historia en la que, resaltando el aspecto más humano de esos terroristas, siempre se alude a lo estúpido de su planteamiento. Y es que si la película cuenta la elaboración de un plan nefasto, en realidad no deja de someter a sus protagonistas a la duda de por qué hacen lo que hacen, una duda que más allá del discurso fanático islámico, ninguno de ellos llega a resolver al ver que sus razonamientos se contradicen en todo momento con el resultado de sus acciones y con sus sentimientos más profundos.
A nivel visual Morris opta por un estilo sucio, casi documental, muy en la línea de Greengrass, pero igual que en los vídeos de los protagonistas, a ratos bordeando lo “feo”. Una puesta en escena muy coherente que intercala numerosas veces con esos vídeos reivindicativos que más que una declaración de intenciones son ese momento de fama, autoafirmación y grandeza mediática que mucha gente busca hoy día, casi como si se tratase de los ya clásicos confesionarios de Gran Hermano, donde cada uno de los miembros del grupo, a la que se despistan los demás, reivindica lo que le sale de las narices.
Sin embargo, esa gloria y esa fama nunca llegan, ya que en los momentos más decisivos el nivel de ridículo al que llegan los protagonistas es monumental, desde el paso por el campo de adiestramiento (culminado por un enfrentamiento con un avión de reconocimiento apoteósico) hasta el momento del gran atentado final en una maratón que es un contínuo descojone en un mix de deporte coñazo, Barrio Sésamo y bombas. Un desenlace que pese a echar toda la carne en el asador en lo que a apoteosis de la estupidez se refiere, consigue hilar muy bien el aspecto más dramático de la historia, el de un grupo de amigos con un objetivo común y ante una situación que ni ellos mismos comprenden.
Ver películas como ésta produce una auténtica alegría y mucha envidia al ver que hay gente y cinematografías capaces de abordar los temas más escabrosos, sin tapujos, a través del humor más irreverente y, con todo, sin ofender a nadie y consiguiendo que el drama aflore por sí solo. Lograr esa perfecta comunión es una tarea mucho más meritoria de lo que parece, porque es realmente complicado conseguir que el público se ría de algo así, que quiera a semejantes protagonistas y que éstos, pese a su constante estupidez, no queden retratados como un grupo de retrasados mentales, sino como unas personas confundidas por la cantidad de contradicciones que hay en sus vidas, unos colegas que deciden sacrificarse sin ni siquiera entender realmente por qué lo hacen. Qué grande ver una comedia que pese a hacerte reír a carcajadas consigue dejarte el amargor adecuado sólo al final.
