En algún momento de su adolescencia Paul W.S. Anderson, un genuino bakala de espíritu, decidió que lo suyo no era vender pirulas a la entrada de un antiguo almacén de zapatos reconvertido en Zapatroner, la discoteca de moda, sino dirigir películas. Pero algo le ha quedado incrustado en la cabeza y por algún motivo ese impulso hardcore acaba tomando las riendas de prácticamente cualquier película que dirige. Esta adaptación de Los Tres Mosqueteros no es una excepción.
El amigo Anderson no iba mal encaminado, la verdad, tratando de renovar el clásico de Dumas a un tipo de cinta de acción más actual como hiciera, por ejemplo, Guy Ritchie con Sherlock Holmes, el problema es que lo que en el caso de Ritchie resulto refrescante, original y carismático aquí no pasa de entretenidillo, con cosas buenas y otras, obviamente, no tanto.
Entre los grandes problemas de la película está el intento constante de que el esgrima parezcan artes marciales y los mosqueteros, ninjas. Anderson no se ha enterado de que ya existe algo así, se llama Águila Roja… y en fin. Se olvida de otorgar a los personajes de suficiente carisma más allá de los cuatro trazos gruesos que les da al comienzo, siendo Athos el noble, Aramis el intenso y seductor y Porthos el bruto, y ya. Ni siquiera la cutre subtrama amorosa de Athos con MyLady le hace interesante. D’Artagnan, simplemente, es un niñato repelente. Por algún motivo alguien ha decidido que tener un joven impertinente y sobrado por protagonista entusiasma al público (Sin Salida también peca de lo mismo, pero eso ya es para la semana que viene). Lo peor es que ni siquiera los malos molan. Richelieu es el típico grimosete y el Duque de Buckingham es Orlando Bloom fusionado con Tino Casal, y ahí queda todo a nivel de los personajes más relevantes. Una putada viendo el reparto de la película donde los actores están notablemente desaprovechados con casos sangrantes como el de Mads Mikkelsen.
La película, sin embargo, está claramente construida como un entretenimiento ligero y espectacular al estilo de Piratas del Caribe, campo en el que cumple relativamente si no fuese porque determinados momentos cómicos no terminan de funcionar y personajes como el de MyLady son totalmente abofeteables. Nos parece estupendo que Milla Jovovich sea encantadora y mujer del director, pero coño, que tiene más presencia en pantalla de la que la trama requiere y con escenas de acción a lo Resident Evil nada necesarias (más aún con ella corriendo a cámara lenta como un mariquita de los de Arévalo).
¡Eloiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiise!
En general se queda en un intento de blockbuster de altos vuelos que no termina de cuajar, sobre todo, por ese considerable problema de personajes. Aunque ahí debo reconocerle el mérito en el aspecto actoral con los que a priori eran los personajes más accesorios de todos, los Reyes de Francia, con una notable Juno Temple y un descacharrante Freddie Fox como Luis XIV, en modo pijo di merda pero tremendamente entrañable, sin duda lo más divertido de toda la película.
Para echar el ratillo y sin muchas expectativas por delante.
