Un Lugar para Soñar es la historia real del periodista Benjamin Mee (Matt Damon), viudo con dos hijos que decide revitalizar a su familia comprando una casa en las afueras que resulta ser el epicentro de un zoo en las últimas. A sacar los pañuelos. Es una peli muy irregular y, siendo un film que va con el corazón en la mano, va mucho en función del rasero emocional de cada uno: se trata de un material con una premisa original, pero discurre por derroteros convencionales. Tiene sentido del ritmo, pero es tan larga que desparrama sus temas. En manos de otro realizador con menos capacidad habría sido la cuarta parte de Doctor Doolittle pero acaba condicionada por errores marca de fábrica de su afamado director. Es una peli muy noble, bien hecha, muy manida, con algunos destellos de “Oh, Dios Mío ¡está viva!” pero no del todo porque luego aparece una escena de mierda de telefilm de las tres. Se combinan personajes medianamente discernibles con secundarios que dicen dos frases en todo el film. Hay cierto grado de imaginación pero al final te toca el lado moñas por pura insistencia. Ninguno de sus momentos más entrañables (uno más que demasiados) parecen bien ganados. Y “magia” como tiene “magia” un Happy Meal. No sé. A mí me parece un poco forzado. Pero la decisión final es completamente vuestra. Es un “crowd-pleaser” y la “crowd” manda. No me tengáis en cuenta. En serio. No.
Pero, de veras, ¿tenía que ser Crowe? Media hora antes de que termine el film, cuando todos los componentes del reparto comienzan a sonreír como si estuvieran enchufados de óxido nitroso, uno se pregunta qué ha pasado con la carrera de este hombre, y si su situación actual está tan mal que se ha visto obligado a abordar la peor clase de proyecto posible: uno que no es “suyo”. Salvo la devastadora duración de la película, por encima de los 120 minutos, (una constante de Crowe durante los diez últimos años), es prácticamente imposible encontrar rasgos diferenciales de Crowe como personalidad, –un sentido de la época, de la cultura popular y una pasión atronadora por todas las cosas música– y como director su oído para crear diálogos fluidos y personajes medianamente tridimensionales.
Es un pastelaco puro y duro en el que todos los problemas se resuelven gracias al poder del CORAZÓN. Hay muchos temas, pero en lugar de apostar por uno intenta atacarte con un poco de todo, a ver si cuela. Una familia con problemas. Un hombre afectado por un trauma personal. Una mágica panorámica del ansia adulta de simplificar tu compleja vida urbana en favor de la paz del campo. A su nivel más elemental, es una descripción de la fascinación infantil por los animalicos. Toca algo de cada cosa, pero nunca va realmente a saco. En realidad, la forma que tiene de meterse en tu cabeza es por pura acumulación de momentos “emotivos-chupis” y mirada de cordero degollado, para que luego te sientas mal por ponerla a caldo porque pareces Pol Pot. Como todo en esta vida (TM), es una cuestión de juicio. Al fin y al cabo no vamos a criticar a la Madre Teresa por dar un filete de bebé foca degollado a un niño pequeño. Porque en el fondo, es una película para niños, más o menos. Eso le concede cierto margen de maniobra y, además, su planteamiento no sería un problema si fuera una cosita pequeña y adorable de hora y media, pero con dos horas diez el film parece decirte que tiene Ambiciones, que es justo lo que no necesita porque no sabe ni por dónde empezar. Este punto es particularmente sangrante, ya que la peli despacha alegremente una historia sobre un tigre anciano que tienen que sacrificar, lo que demuestra que Un Lugar para Soñar no tiene los cojones requeridos para llegar al público de otra forma que no sea inyectándote una sobredosis de AMOR.
Sí es un paisaje muy bonito de un zoo –que entre la foto de Rodrigo Prieto y la música de Jonsi parece Asgard–, pero cualquier sensación de credulidad se difumina en el momento en el que la peli nos intenta hacer creer que Scarlett Johansson se levanta a las seis de la mañana para quitar mierda de rinoceronte con una pala. Es esa clase de peli. Johansson es el referente cuando el hermano salidorro de Mee le dice que a ver si la mete en caliente de una vez, sin tener en cuenta que la cuñada ha fallecido de cáncer hace sólo seis meses. Es esa clase de película. Los problemas económicos se resuelven con tanta facilidad que parece que Damon ha metido el código Konami. Es esa clase de película. Es la clase de película que mata y remata cualquier beneficio colateral: un reparto de secundarios con Thomas Haden Church, Patrick Fugit, Angus MacFayden, John Michael Higgins y una Fanning, (señores, una Fanning) es vulgarmente reducido a cuatro, cinco frases por persona y se queda tranquila siendo un producto mediocre con buen corazón y cierto empaque.
Damon tiene buena parte de culpa de esos dos últimos aspectos por profesionalidad y ganas pero me parece un error de casting bastante gordo: aparenta diez años menos de los que tiene y nunca terminamos de hacernos claramente con su personaje, noblemente idealista en una secuencia, exageradamente buenrollero en la siguiente. Benjamin Mee no es un papel para un “actor”, sino para un “carácter” y ahí Damon flaquea un poco. En descargo del chaval, es un papel enormemente difícil (“tío normal”, toca todos los palos entre la comedia y el drama), reservado para un Will Smith o para un Ford o un Costner de hace 20 años. En cualquier caso, Damon podría desfigurarse la cara con un trozo de cristal y violar a un mapache y con todo me lo creería más que a ScarJo, que es absolutamente incapaz de inyectar la más mínima sensación de que estamos viendo a una criatura terrenal (¿anda? ¿levita?). Aquejada claramente del síndrome Binoche de los 90, algún día se dará cuenta de que vivir en un permanente estado de nirvana no ayuda. Tiene dos registros faciales y cuento con una prueba evidente: es la cuidadora jefe del zoo y recuerdo si toca a un solo animal en toda la peli.
Total, que lo dejo en vuestras manos, a tomar por el culo. Si la película os llega me váis a mandar cartas bomba a casa acompañadas de una denuncia por “cínico gilipollas”. Pero el nivel de azúcar llega hasta un punto y, cual psicópata, acabo sacando el cuchillo cuando me dan un abrazo de más. Yo me voy a quedar con esa escena al principio de la peli en la que Damon intenta venderle a su jefe un reportaje sobre una sociedad consumida por los productos electrónicos, se lo niegan y el tío se despide de la oficina sin volver la vista y se va al campo a hacer de Tarzán. Quizás es la forma que tiene Cameron Crowe de decir que el siglo XXI le ha dejado atrás y ya es incapaz de ser el cronista que antes fue, que ya no puede leer los tiempos de hoy en día y regresa a tiempos mejores y más sencillos. Quizás es su forma de decir “que os follen bien”. Quizás esa es la tragedia que se esconde debajo de esta película.

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