Había bastante expectación con la secuela de la refrescante revisión que Guy Ritchie hizo de Sherlock Holmes. Pasándose bastantes convenciones del personaje por el forro para reinventarlo y dotarlo de una nueva y atractiva personalidad, más propia de los tiempos que corren (y del público que va a las salas), la película fue un éxito notable, Robert Downey Jr. consiguió una segunda franquicia en la que explotar su gran momento profesional, y nosotros, los espectadores, nos llevamos a casa una película divertida, de gran factura, con las dosis justas del genio visual de Ritchie y con ganas de más.
Dos años después, porque en Warner no se lo pensaron mucho, tenemos lista para consumir la continuación de esa película, con la promesa de ver por fin al archienemigo de Holmes, Moriarty. El problema es que, quizás por esas prisas por explotar el éxito de la anterior, Sherlock Holmes: Juego de Sombras es un “más de lo mismo”, lo que por un lado puede satisfacer a los fans y a su vez finiquitar el interés en la posible saga. Novedades, las justas.
La trama nos sitúa algo después donde terminó la anterior película, con Watson a punto de casarse y Holmes, el pobre, constantemente drogado y más obsesionado que nunca con desentrañar la gran conspiración del profesor Moriarty, que no tarda en revelar su identidad. En cierta manera, un comienzo muy similar al de la anterior película, sobre todo en el constante ten con ten entre Holmes y Watson que parece calcado, con la prometida de este último, otra vez, como obstáculo entre ambos. Cierto que en el fondo, el Holmes de Ritchie es una buddy movie de toda la vida, pero incluso en sagas míticas como Arma Letal, la relación entre ambos evoluciona sin perder su esencia.
La peli no termina de encontrar su punto fuerte hasta que no pone su principal baza sobre la mesa, el tú a tú entre Holmes y Moriarty. Un Moriarty encarnado con gran acierto por Jared Harris y que es casi el reflejo desalmado del propio protagonista. Haciendo algunos guiños a la I Guerra Mundial que llegaría unos pocos años más tarde, el duelo consiste en dos personas que conciben la inteligencia como gran motor del mundo, pero que lo utilizan para fines opuestos, y donde ambos siempre se guardan un as en la manga que les permita adelantarse al siguiente movimiento. La película se construye, con ambos, como una partida de ajedrez tanto literal como figurada, llegando a un climax bastante molón donde se saca todo el jugo de ese planteamiento.
Ritchie también se guarda sus momentos de “me corro en tu boca” a nivel visual. La persecución en el bosque es formidable y quizás la única aportación puramente visual de una película que por lo demás, e igual que en su trama, repite los esquemas de la anterior.
Secundarios pocos y, en general, prescindibles. Kelly Reilly vuelve a ser la molesta prometida/esposa y Noomi Rapace está ahí por darle un toque femenino a la película, porque pintar, pinta bien poco.
En general una película perezosa en ideas pero que, al menos, tampoco quema las reutilizadas convirtiendo lo original en cargante (cosa que si pasó, por ejemplo, en Piratas del Caribe). Mejora segun avanza la trama y al menos eso permite que la sensación de monotonía del comienzo se vaya diluyendo para convertirse en un entretenido pasatiempo.

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Paola Monter Uribe
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