No suelo asistir habitualmente a pases de prensa, salvo si es por trabajo, toca crítica al canto, o porque realmente me apetece a rabiar ver la película programada en pantalla grande. Las proyecciones suelen ser generalmente por la mañana, o después de comer, con lo cual te rompen el ritmo de trabajo por completo (quien lo tenga, claro). Aún así, hay gente que empalma un pase con otro y se tira todo el día viendo cine con coste cero (¿trabaja esta gente?).
Aparte del horario, es difícil meterse en una película a esas horas, máxime cuando la mayoría del personal sentado en su butaca está despertándose o con la modorra post-papeo = (casi) nadie transmite un mínimo de emoción en la sala oscura, léase risa, miedo, sorpresa o simple aburrimiento.
Los pases de prensa, hablando claro, son un coñazo. Siempre digo a los colegas con ópera prima bajo el brazo que no se les ocurra ir a ningún pase de su retoño de celuloide. Guste o no tu trabajo, al llegar a los créditos finales hay un silencio absoluto. Sepulcral. Además, hay gente que se sale en mitad de la proyección, no sólo porque no le guste lo que ve, si no porque tiene que ir a hacer la compra o a tomarse un café urgentemente, por tomar algún ejemplo tonto. Si analizas individuo a individuo el patio de butacas y escuchas las conversaciones antes de que se apaguen las luces (sí, soy un cotilla), te das cuenta de algo terrible: en qué manos está la película de cara a los medios. La sensación no es de miedo, es más bien de tristeza.
No es raro que suenen móviles, que el personal entre y salga como si estuviese en una discoteca. Recuerdo haber tenido un par de veces sentado a mi vera a un conocido crítico de la vieja escuela que no se molestaba en poner el celular en silencio. Es más, contestaba a las llamadas en mitad de la proyección como si tal cosa. Así anda el patio. Son estas estridencias las que ocurren muchas veces en los pases de prensa, en medio de un silencio absoluto que puede significar concentración o indiferencia.
Sobre las ruedas de prensa posteriores, cabe mencionar una alarmante que dio el inefable Terry Gilliam tras el pase de Tideland, cinta que amas u odias (obra magna para el que esto escribe). Nunca hay grandes preguntas, y siempre hay alguna irritante, como fue el caso. El ex-Monty Python se mostró alegre y dicharachero, defendiendo su manera de entender el cine sin petulancias, pero tuvo que oír cosas como: ”¿Por qué no hace películas normales?“. ¿Para qué cojones va a hacer este señor películas normales? Sin entrar en la discusión de qué es normal y qué no, si este master no hiciera lo que le sale de los cojones, cuando le dejan, no hubiéramos podido disfrutar de títulos de referencia como Brazil o 12 Monos. Otra pregunta simpática: “¿Por qué sus personajes son siempre unos tarados? ¿Es debido a la actual situación de la sociedad americana?“. Respuesta hábil: “No lo sé, yo vivo en Londres. Siguiente pregunta“. Estas cosas indignan, aunque luego soy el primero en no preguntar nada, para no parecer un listillo entre tanto becario perdido y cinéfilo rancio. Contribuyo al nivel de abotargamiento descrito. Un bochorno.
Borja Crespo. (Texto publicado originalmente en El Butano Popular)
SOBRE EL AUTOR: Borja Crespo empezó en el mundo del fanzine para acabar dirigiendo la línea editorial de cómics de Subterfuge. Es guionista e ilustrador de cómics, ha colaborado regularmente con El Correo escribiendo sobre cine y nuevas tendencias, ha dirigido el Festival de Cine de Comedia de Peñíscola de 2003 a 2005, dirige el Salón del Cómic de Getxo desde 2002, fue finalista al mejor corto fantástico europeo en los premios Melies con su corto Snuff 2000, es director de publicidad y realizador en televisión, y es socio de Arsénico Producciones junto a Nacho Vigalondo, Borja Cobeaga, Nahikari Ipiña y Koldo Serra. Es colaborador habitual de El Butano Popular y actualmente está escribiendo el guión del que puede ser su primer largometraje.