Después del éxito de En Tierra Hostil y sin un proyecto claro a la vista salvo la idea de abordar la búsqueda de Bin Laden, el destino quiso poner en el camino de Kathryn Bigelow y el guionista Mark Boal un acontecimiento que cerraría un ciclo histórico en Estados Unidos y en todo el mundo. Los ataques terroristas del 11-S en 2001, que cambiaron la forma de hacer la guerra y enfrentó a los Estados Unidos a un enemigo mucho más difuso, incontrolable y tenaz que un gobierno desleal, recibían respuesta en una nada heroica venganza casi 10 años después, el 6 de Mayo de 2011, cuando un operativo militar asaltaba la casa en la que Osama Bin Laden se mantenía oculto en Pakistan. Bigelow, que con su anterior película consagraría un modo de retratar la guerra y los conflictos militares de una forma mucho más fría y alejada de cualquier épica, no tardó nada en entender que esta era su historia. La que inicialmente iba a ser la historia de una búsqueda imposible se reconfiguró poco antes del rodaje para contar ese desenlace que pilló con el pie cambiado a medio mundo.
En La Noche Más Oscura la directora se encomienda de nuevo a Mark Boal para contar de una forma tremendamente escrupulosa y casi periodística los acontecimientos sucedidos a lo largo de la investigación que culminaría con la muerte del terrorista más buscado de todos los tiempos. Directora y guionista se encomiendan al personaje interpretado por Jessica Chastain, un talentoso cachorro de la CIA, para establecer el ligero y frío vínculo emocional de una película que, como en En Tierra Hostil, opta por centrarse en lo procedimental y en el retrato milimétrico de los acontecimientos. Una obsesión por el detalle y por distanciarse de juicios y valoraciones que, en el fondo, es la apuesta más arriesgada que una película de este tipo puede hacer.

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El riesgo asumido por Bigelow y Boal es alto porque el tema llevará a muchos espectadores a buscar en la película un juicio de valor que refute sus convicciones sobre la guerra antiterrorista. Desde quienes esperaban la muerte de Bin Laden como agua de Mayo, hasta aquellos que han censurado, con razón, la metodología empleada por la CIA durante la investigación (torturas) y la caza (ejecución a sangre fría) de su objetivo. Arriesgada, también, porque dará la impresión de ser una de las películas más herméticas a nivel emocional de los últimos años. Una impresión que se disipa con el tiempo porque esa frialdad en el retrato de la película es la misma que su protagonista trata de aparentar durante casi toda la historia, al principio como fachada y después convirtiendo un reto profesional y un sentido del deber en algo mucho más personal que terminará por inundar todas las facetas de su vida.
Bigelow culmina la que seguramente es la película bélico-periodística más redonda que uno pueda echarse a la cara.
En cierto modo este título es la evolución lógica de En Tierra Hostil, dos títulos bélicos que en el fondo hablan de adicciones y obsesiones, de personas anuladas por sus respectivas profesiones hasta el punto de supeditar cualquier atisbo de humanidad en pos de un objetivo inalcanzable, ese reto que les haga, en el fondo, sentirse todo lo vivos que no están en sus vidas personales.
Sin embargo, en La Noche Más Oscura, como en lo fue en la vida real, ese objetivo es tan grande, simbólico y esencial para recuperar cierta sensación de control y seguridad, que la película se expande más allá de su protagonista, sobre todo en el tercio final, en el que todo el trabajo de investigación culmina con el asalto a la casa donde se mantenía oculto Bin Laden. Una escena que la película bien podía haber optado por simplificar, pero que se desarrolla en todo su esplendor aunque eso obligue a romper temporalmente con el personaje protagonista. No olvidemos que, ante todo, esta película se debe a otra obsesión, ser lo más fiel posible a los hechos.




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Por eso es inevitable que Jessica Chastain no luzca mucho pese a hacer un papelón con un personaje que, pese a ciertas diferencias de estilo, recuerda mucho al de Gary Oldman en El Topo. Alguien que debido a su profesión y a la necesidad de no mostrarse nunca débil ni alterado, debe minimizar sus reacciones todo lo posible, lo que inevitablemente lleva a trabajar con cantidad de detalles sutiles. Un personaje que refleja perfectamente esa robotización necesaria para cumplir un cometido que, una vez culminado, sólo puede dejar un enorme vacío. El otro lado de la moneda lo ofrece un genial Jason Clarke, el agente rudo y curtido, que abre la película hundiendo en la miseria a un preso a base de torturas y que, sin embargo, es el más humano y empático de cuantos circulan en pantalla, alguien que, a diferencia de ella, sí tiene una vida a la que aferrarse.
Por tanto, siguiendo la senda que marcó ella misma y en la que también figuran títulos tan potentes como Carlos, Bigelow culmina la que seguramente es la película bélico-periodística más redonda que uno pueda echarse a la cara, llegando allí donde títulos con aspiraciones similares como Green Zone sólo conseguían rascar. Títulos que, a diferencia de esta película, acababan rindiéndose a la figura de un héroe de valores casi intachables y obligando a hacer una distinción entre buenos y malos que esta película nunca ofrece. Aquí no hay principios, sólo un objetivo, y tras cumplirlo, la nada.

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Pepazo
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Ivan Casajus
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