Por Roque García.
Wes Anderson nunca ha sido uno de mis directores predilectos, aunque cierto es que recientemente su cine me atrae y gusta cada vez más. Sus particulares estilos en cuanto al apartado visual, la labor de dirección y el trabajo con actores (algunos de los cuales también han pasado a formar parte de su marca tras múltiples colaboraciones) son altamente reconocibles, lo que le confiere unas características propias en el mundo del celuloide, un sello personal que le autentifica y le convierte en lo que muchos otros realizadores quieren ser: únicos.
Y dentro de su carrera, al menos de la parte que yo he visto, El Gran Hotel Budapest también es única. La historia, que cumple los requisitos del cine de Anderson, muestra unos personajes que se desenvuelven en un entorno de cuento, con un trasfondo algo absurdo pero a la vez serio. En esta ocasión la acción se sitúa en una Europa en periodo de entreguerras, con dos figuras muy opuestas y al mismo tiempo con mucha química como protagonistas: Gustave H. (Ralph Fiennes), conserje del prestigioso hotel que da nombre a la película, y Zero (Tony Revolori), un aprendiz de botones que Gustave adopta como protegido. Fiennes, a las órdenes de Anderson por primera vez (después de que Johnny Depp abandonara el proyecto), da vida a un caballero de otra época, sensible al detalle y a los valores humanos, dispuesto a cualquier cosa con tal de salvaguardar el honor y elevar y mantener su preciado hotel. Como Gustave, Fiennes está inspirado y crea un personaje tan colorista como el film en el que se halla. El principiante Tony Revolori tampoco lo hace nada mal cuando Fiennes hace una pausa y deja de eclipsarlo, y su personaje es otro que se une a la galería de niños extravagantes del mundo de Anderson (sin llegar a topar a la pareja protagonista de Moonrise Kingdom).

© Hispano Foxfilm
Gustave y Zero se ven sumidos en un complot de asesinato debido a una herencia en la que destaca una pieza fundamental: una obra de arte, ‘Niño con Manzana’, que será objeto de robo y persecuciones debido a su valía. De esta manera los protagonistas se entremezclan con diversos personajes secundarios (entre los que descubrimos actores habituales de Anderson y nuevas incorporaciones a sus filas), los más importantes para la trama los interpretados por Adrien Brody y Willem Dafoe como verdaderos señores de las tinieblas (incluso la banda sonora de Alexandre Desplat los señala musicalmente cuando aparecen), Jeff Goldblum como un respetable abogado y albacea de la herencia y Saoirse Ronan como, válgame la redundancia, la dulce pastelera Agatha, chica de Zero. Todos y cada uno de ellos encajan a la perfección en sus roles, ya aparezcan en pantalla varias veces a lo largo del metraje o tan solo un minuto. Resulta curioso, aunque también innecesario, la transición de diferentes formatos de imagen según el momento temporal de la historia, narrada y re-narrada en distintas épocas por Tom Wilkinson y F. Murray Abraham.
Visualmente el film es una delicia, igual que los pasteles que prepara Agatha y que intervienen en la historia ocasionalmente: no podemos probarlos pero en su lugar tenemos la puesta en escena, a modo de metáfora. El espíritu filosófico que se asienta en la película no pierde relevancia entre los majestuosos decorados, que nos invitan a observar la intimidad de una casa de muñecas en la que no se ha descuidado ni el más mínimo elemento, visual o sonoro: a falta de escuchar la partitura de Desplat por separado, funciona realmente bien con las imágenes. Sin duda El Gran Hotel Budapest será una contendiente en todos los apartados técnicos de los premios del año que viene (maquillaje incluido gracias al cameo de Tilda Swinton), si su temprano estreno no lo dificulta, aunque presiento que al menos en estas categorías será difícil de olvidar.




© Hispano Foxfilm
En su conjunto se trata de una película muy disfrutable, como no se verá otra este año, con un reparto envidiable, apta para los que se consideren poco fans de Wes Anderson y con una puesta en escena y fotografía impresionantes, ya que prácticamente cualquier fotograma de El Gran Hotel Budapest valdría para un bonito cuadro.

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