Terminator Genisys, en seis segundos.
Necesitáis más. Muy bien. Terminator Genisys pasará a mi recuerdo como el momento definitorio en el que el largoplacismo de Hollywood acabó fuera de control, porque si bien no es la primera franquicia que oculta información al espectador con la intención de alimentar su interés de cara a próximas continuaciones, es la primera que desconoce la diferencia más elemental entre un capítulo y una historia autoconclusiva: se nos presenta como una película entera y al mismo tiempo omite detalles imprescindibles como para cobrar un mínimo de coherencia. Lo voy a dejar más claro: la trama de Terminator Genisys no tiene el más mínimo sentido y esta no es una afirmación basada única y exclusivamente en mi propia comprensión de la película; tanto el director, Alan Taylor, como los guionistas, Laeta Kalogridis y Patrick Lussier, han reconocido en público (AVISO: Ambos enlaces contienen IMPORTANTES SPOILERS) que han construido una película incompleta.
Y es una auténtica lástima. De verdad. Terminator Genisys amaga con convertirse en un filme con entidad propia. El primer acto de la película es un juego, un misterio de ciencia ficción repleto de guiños a los aficionados y aficionadas a la saga con un particular sentido de la diversión basado en la destrucción de las reglas históricas trazadas por la historia creada hace 30 años por James Cameron y Gale Anne Hurd. Kyle Reese (Jai Courtney), soldado de un futuro en el que la Humanidad se ha sobrepuesto a una guerra postapocalíptica contra las máquinas, regresa al pasado para proteger de un robot asesino a Sarah Connor, la madre (Emilia Clarke) del futuro líder de la Resistencia (John Connor, Jason Clarke) en una misión cuyo éxito garantiza la salvación de la Humanidad al cerrar el ciclo de eventos. Sin embargo, algo ha cambiado. En esta ocasión, las máquinas consiguen adelantarse a los acontecimientos y nuestro héroe acaba en un futuro paralelo en el que Sarah está ahora protegida por su propio Terminator (llamado cariñosamente “El Abuelo”, Arnold Schwarzenegger) Aun compartiendo ciertas similitudes con la historia original, Kyle Reese se adentra en un sendero desconocido que podría acabar en una completa y absoluta catástrofe y donde las máquinas parecen tener la sarten por el mango. De alguna forma, y por parafrasear a Regreso al Futuro II, Biff Tannen se ha hecho con el almanaque. La pregunta que debe responder esta familia disfuncional es “cómo”.
Son unos cuarenta minutos en los que la película actúa como amiga cómplice y a sabiendas de que se trata de una entrada menor dentro de un canon dominado por una película legendaria de la que depende demasiado como para tener alguna posiblidad de sostenerse por sí misma. Es una película en la que Alan Taylor sabe que no es James Cameron y donde Emilia Clarke y Jai Courtney saben que no son Linda Hamilton y Michael Biehn por una razón fundamental: porque le miran a él y saben que Arnold Schwarzenegger sabe que ya no es Arnold Schwarzenegger, plenamente consciente de que el aura de invulnerabilidad que definía a su personaje (y que le definía a él, como intérprete) ha desaparecido por completo. Es un déficit que el actor austriaco ha remodelado admirablemente en su reciente apuesta por el cine minoritario, e incluso en películas de acción descerebradas como The Expendables ha limitado a una circunstancia que podemos soslayar fácilmente. Pero en una película en la que das vida a una fuerza sobrenatural y devastadora, la ausencia de movilidad que Chuache lleva padeciendo comprensiblemente desde hace varios años es una sentencia de muerte.
Consciente de ello, Terminator Genisys decide jugar con un instrumento muy poderoso, como es el ingenio; más entusiasmada con la batería de sorpresas que tiene preparada que con la responsabilidad histórica que en principio debería asumir y que se pasa alegremente por el forro. Es una película a la que no le importa ser la más gentil de la saga, y se siente cómoda ignorando la sensación de tensión y pesadumbre preapocalíptica de la película de 1984 –en realidad, eso es irreplicable. Ni siquiera Cameron se atrevió a intentarlo de nuevo en la más luminosa secuela de 1991– porque sabe que tiene nuevos elementos con los que jugar. Incluso cuando Alan Taylor copia planos de la entrega original me comunica en principio más un sentido práctico que un plagio impúdico porque son réplicas sorprendentemente exactas de las composiciones originales, que es necesario refrescar en la mente del espectador para que el efecto de quitarnos la alfombra de los pies sea doblemente impactante. Y esta es la propuesta. Muy limitada pero enormemente simpática y próxima al aficionado, como un relato de fanfiction, con su propia estructura y su propia identidad. Y esa es la propuesta que uno se anima a seguir confiando en que responda a sus incógnitas. No lo hace, y por eso Terminator Genisys salta por los aires como no recuerdo en años en una película de su envergadura.
En el momento en que Genisys se olvida de los interrogantes que plantea y pasa a copiar en su totalidad la ‘plantilla de acción Terminator’ –un nuevo y sorprendente robot da caza de manera inexorable a nuestros protagonistas– se abren numerosos frentes para los que la película está completamente indefensa. Ya no puede contestar preguntas porque ahora sigue una estructura completamente nueva dominada por la acumulación urgente de persecuciones que impide a nuestros héroes aclarar sus ideas, tomar la iniciativa y comprender qué está pasando. La consecuencia fundamental es que Genisys se queda sin tiempo, algo esencial en el desarrollo de un misterio. Ahora, la información antes dosificada se nos comunica o bien a través de un breve diálogo donde se introducen aspectos esenciales que la película debería haberse molestado en explicar más en profundidad o bien través de bloques enteros de monólogos –bastante incomprensibles–, que en ocasiones contravienen las reglas más elementales que la película amaga con definir en sus primeros minutos y nunca termina de desarrollar porque ahora viene una persecución en el Golden Gate. Las relaciones entre los personajes se deterioran y la película pierde la interesante baza familiar. Cual T-600 chocheante, Genisys avanza sin control dejando víctimas humanas a su paso, desde actores secundarios –JK Simmons es un pie de página– hasta conexiones personales entre sus intérpretes principales. En este sentido, servidor no puede poner pegas ni a Emilia Clarke ni (en serio) a Jai Courtney: ni guión ni director otorgan un fondo particular a sus personajes, como la fiereza que exhibían Biehn y Hamilton. Es una decisión que no me gusta, pero acepto si noto que los acontecimientos que les rodean son interesantes. Cuando dejan de serlo, ambos simplemente dejan de importar.
El resultado de todo ello es que el aficionado deja de jugar con la película porque pierde todos los referentes iniciales y pasa inevitablemente a comparar Terminator Genisys a un nivel completamente superficial con la clase magisterial de acción impartida por James Cameron en el 84, momento en que la película de Alan Taylor resulta completamente destruida. Yo lo voy a atribuir a simple y llana falta de pasión, porque de otro modo me resulta inexplicable que Taylor no se bajara del carro en el momento en que vio la secuencia de persecución de helicópteros, sencillamente inconcebible no ya en una saga enorgullecida de ir a la vanguardia de los FX, sino en una producción de 170 millones de dólares en 2015. Grotesca en concepción, desarrollo y ejecución, donde una forma borrosa CGI persigue a otra forma borrosa CGI en un escenario borroso CGI que servirá de munición para el siguiente (y enormemente sesgado) vídeo ‘Las diez cosas malas del CGI de hoy en día’. A ello hay que añadir la ausencia completa de una característica esencial del modelo de acción de Terminator: la sensación de persecución despiadada. No hay un solo momento, que yo recuerde, en el que la película nos ponga en los pies del perseguidor — que daba lugar a situaciones memorables como el Terminator original buscando en las páginas amarillas, o la Terminatrix de 2003 conduciendo el vehículo policial desde el asiento trasero –. Como este nuevo asesino cibernético cuenta con toda la información necesaria insertada de serie, aparece de manera tan vagamente justificada que parece arbitraria. Por lo demás, es una película repleta de imágenes planas y carentes de inspiración alguna. Durante sus primeros 30 minutos, la repetición de los planos originales funcionaba por motivos narrativos. Cuando la película cae, solo sirven para lamentar un antaño cariño estético en la puesta en escena ahora perdido en el maremágnum contemporáneo, meramente profesional.
Con todo, Terminator Genisys habría pasado el corte si no se hubiera traicionado a sí misma. Para toda la mierda que Terminator 3 se ha comido históricamente, la obra de Jonathan Mostow era el ejemplo de una secuela con un principio marcado –“El futuro es inevitable”– que asume con todas sus consecuencias. Incluso Salvation, dos películas en una, abandera un espíritu bélico del que no se aparta ni un solo instante. No se trata solo de que Genisys sea un ejemplo más de los inmensos peligros que encierra el género scifi temporal cuando te olvidas de las reglas que has marcado; su defecto es el más profundo de todos: ni siquiera sabe qué clase de obra dramática es, y es un defecto creado por la incertidumbre de sus responsables sobre el futuro de Terminator como película unitaria o como inicio de una nueva trilogía. A día de hoy, y a falta de que anuncien la sexta entrega mañana, puedo responder a esas dudas. Terminator está muerta. Genisys es el clavo final del ataúd. Para los entusiastas de la saga, es un funeral; para el resto de franquicias de hoy en día –Marvel, DC, Jurassic, A Todo Gas— es una enérgica advertencia.

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