Algo que siempre me ha fascinado de Misión: Imposible es que no soy capaz de encontrar una franquicia actual tan indivisiblemente asociada a tres facetas del oficio de la interpretación: el personaje, el actor y, de manera más marginal, la figura pública que este último representa. Misión: Imposible ha empezado con Tom Cruise y terminará con Tom Cruise, un hombre cuya carrera podemos calibrar a lo largo de cinco películas que sirven de perfecta referencia sobre su aproximación al cine de entretenimiento desde el compromiso más absoluto con el espectador. A través de 19 años le hemos visto como joven y arriesgado productor al descartar a McTiernan por DePalma en 1996, como símbolo del Sistema* y conocedor de las tendencias populares con el fichaje de John Woo cuatro años después, como hombre derrotado por la opinión pública y agarrado a una tabla de salvación en Misión: Imposible III, y como superestrella de acción en clarísimo retorno en 2011. Este prolegómeno es importante. Por primera vez en casi diez años, Tom Cruise no tiene una acuciante necesidad de demostrar nada en una franquicia que Abrams reimpulsó y que Bird volvió a colocar en vanguardia. Y esa situación de aparente tranquilidad era un peligro para Nación Secreta, atrapada entre la espada y la pared. Poca tensión, y habría resultado en una repetición de plantilla. Un exceso de ambición, por contra, podría haber trastocado las satisfactorias bases que tardó tanto tiempo en reasentar.
Por ello el mayor éxito de Nación Secreta, que esencialmente es otro entretenimiento de primera categoría como nos viene malacostumbrando su máximo responsable, es su sentido del equilibrio y para ello su director y coguionista, Christopher McQuarrie, es instrumental. Primero, por dar congruencia a un filme que bebe tanto de los convencionalismos del género como de aspectos claramente distintivos de las variopintas entregas anteriores y segundo, por saber acompañar la evolución de Tom Cruise, que ha descubierto el secreto del juego y ha convertido a sus compañeros de reparto en puntales imprescindibles, jugando con elementos –algunos primordiales, algunos consolidados, algunos diferenciales– sin romper con una estructura exitosa creada a base de años y años de ensayo, acierto y error. Todo ello resulta gracias a que McQuarrie es, primero y ante todo, un narrador. Un profesional especializado en desmenuzar ritmos de escena, pequeños pulsos y notas de gracia desde el papel a la imagen; un proceso que comenzó en The Way of the Gun y que finalmente cimentó en la austera y demoledora Jack Reacher, nota final de la fantástica última media hora de Nación Secreta, donde acaban encajando todos los elementos mencionados: los consolidados (Simon Pegg), los diferenciales (Rebecca Ferguson) y el primordial; ese señor que trata cada película en la que se encuentra como si mañana fueran a quitarle el pan a su hija.
Nación Secreta es, sobre todo, un magnífico ejercicio de criterio. Sus responsables tienen la habilidad de retocar lo justo para que el Ferrari siga rodando al máximo, a sabiendas de que sus kilómetros comienzan a estar contados.
Rebecca Ferguson es la identidad de Nación Secreta. La actriz sueca nominada al Globo de Oro interpreta a Ilsa Faust, una enigmática espía de lealtades poco definidas que en principio se limita a servir de puente en la batalla mental que libran nuestro héroe, el agente secreto Ethan Hunt, y su némesis –y segundo mejor villano de la saga después de Hoffman, aunque solo sea por su nítido impacto y omnipresencia en la trama– Solomon Lane (Sean Harris), líder de un maligno grupo de facinerosos denominado El Sindicato, con el que Faust está (o no, o sí, o no) relacionada. Nada más lejos de la realidad. Ferguson y la historia de Ilsa Faust acaban convirtiéndose en el motor de una película cuyos personajes esconden planes dentro de planes y que, en el fondo, es un paso más en la estrategia a largo plazo de Cruise de dar cada vez más peso a una intérprete femenina, definida en Oblivion, ratificada en Al Filo del Mañana, y que aquí aumenta exponencialmente hasta el punto de que Ferguson protagoniza numerosas escenas sin necesidad de su contraparte masculina. Es por ella que Nación Secreta se convierte en la más retorcida de las Misiones desde la primera entrega: a la tradicional confusión que acompaña a las películas de la saga –algo que no van a corregir, por el simple motivo de que Misión Imposible se deleita con ser complicada y tranquilos que si os perdéis ahora va una escena de acción que os va a dar vuelta y media– se introduce la incertidumbre que aporta Faust, una mujer que Ferguson, ya curtida en papeles bastante más complicados, aborda con máxima confianza, virtud que trasciende todas las limitaciones que nos podemos esperar en los personajes de un blockbuster en 2015 no llamado Fury Road, y a sabiendas de que es sobre ella que descansa el desarrollo entero de la película.
Desarrollo que parece ir un poco a tirones durante el primer tercio de Nación Secreta porque McQuarrie es guionista por principios, reticente a soltar todo su armamento en los primeros treinta minutos, y enemigo de que las grandes secuencias de acción acaben fagocitando la película. Por ello, su propósito fundamental durante ese periodo de tiempo es parar los pies al espectador que tenga la intención de dejarse llevar por una curva ascendente de espectáculo. Así, tras sus dos primeras secuencias de acción, la primera de ellas monumental, la película aparenta pararse en seco –me refiero a la elipsis en Cuba, para no liaros– para introducirnos una tensa escena de interrogatorio que rebaja las marchas y avisa al espectador de que Nación Secreta va a recorrer, hasta en cuatro secuencias diferentes, todas ellas importantes, un camino alternativo, dialogado, menos aparatoso, pero igual de importante. Es una propuesta que enriquece la película, de la que McQuarrie no se aparta ni un ápice y de la que Pegg (en la mejor y más prominente de todas sus aportaciones a la saga) sale como máximo beneficiado al permitirle, en la última de estas escenas, sacar partido de esa extraordinaria habilidad que tiene para aliñar las conversaciones y, en un sorprendente giro, revelar su versatilidad como actor dramático.
Teniendo en cuenta la formación profesional de McQuarrie, era de esperar esta clase de derrotero. La única incógnita residía en ver como asumia el salto a la acción de gran presupuesto y es una incógnita que resuelve, de nuevo, por principios. En este caso, la coherencia. Dejando a un lado el descomunal trabajo de especialistas que es de esperar en una producción de este calibre, no deja de sorprender que, aun siendo Nación Secreta una película cuyas grandes secuencias de acción beben de las entregas anteriores –todas ellas distinguidas por ser productos con la huella de directores más personales que él– nunca acaba desparramada entre influencias. Nación Secreta hace guiños al barroquismo de DePalma, a la velocidad de Woo, a la energía de Abrams y a la elegancia tecnológica de Bird sin acabar cayendo en ninguno de estos ámbitos, y sucede porque McQuarrie, más que copiar superficialmente estilo, las ha estudiado desde el contenido, los ritmos, las características esenciales que unen no solo a todas las entregas anteriores, sino a incontables películas de acción y espías que las precedieron. Por ello, por ejemplo, siempre hay un espacio para la sorpresa incluso en secuencias tan abrumadoras como la persecución de motos, ya pasada la mitad de película. McQuarrie aborda el espectáculo como un plus, en lugar de un elemento imprescindible, y es por ello que mientras cada uno de vosotros y vosotras tendrá una secuencia de acción favorita, servidor se queda con sus últimos 30 minutos, donde Nación Secreta regresa a callejones oscuros, la fotografía de Robert Elswit domina una brillante secuencia de combate uno contra uno y su director cierra la batalla psicológica que han librado Hunt y Lane con clase, pertinencia, rigor y elegancia narrativa.
Si algo falla (y falla, porque no hay películas perfectas, porque Nación Secreta no se puede permitir romper sus límites, porque hay momentos en los que McQuarrie no puede impedir meter escenas vacías que inevitablemente sirven para preparar una gran secuencia de millones de dólares, porque pertenece a una serie cuyo mal endémico es que insiste en confundir “misterio” con “hacerse la picha un lío” y porque, a pesar de todo lo dicho, es una quinta entrega de una saga de dos décadas, inevitablemente amenazada por una sensación de hastío), siempre nos queda Tom Cruise. Cruise, que activa a sus compañeros de reparto –caso particular de Jeremy Renner, el gran sacrificado de la historia, como el propio actor ha medio reconocido a posteriori–, que multiplica su intensidad en escenas meramente funcionales para impedir que la tensión decaiga (en serio, si no os hace falta un croquis para entender lo que sucede en Marruecos, dedicáos al cine porque a mí me lo han tenido que explicar tres veces), que deposita con máxima confianza escenas cruciales en hombros de su socia, que deja estelas de fuego bajo sus pies y que contiene la respiración durante cuatro minutos mientras yo me ahogo tomando medio vaso de agua. Cruise consigue caracterizar a Ethan Hunt –gran espía, coñazo de individuo, de lo bueno, lo majo y lo claro que tiene todo en esta vida– y su universo hasta rellenar la casi total ausencia ideológica que caracteriza a la película más allá del título y su premisa. Cinco películas después y con una sexta en camino, el mayor temor que me produce Nación Secreta es saber que la saga tiene los días contados y, lo que es peor: todos sabemos cómo se derrumbará el castillo. Comenzará con el primer achaque de Cruise, su primer gesto de cansancio, su primer acto de desdén. Y sucederá con total seguridad, por los años. Y el recorrido. Y porque las cosas buenas no duran para siempre.
———-
*Un año después, tras los atentados del 11-S, sería Tom Cruise (No Hanks, no Denzel, no Harrison, no Allen, no Spielberg) quien daría el gran discurso de condolencias de la comunidad de Hollywood en la ceremonia de los Oscars. Cruise. Dicho de otra forma, en 2000 Misión: Imposible 2 habría recaudado 200 millones de dólares aunque la hubiera interpretado con un disfraz de Bob Esponja.

-
spunkmayer
-
Cerdo psicópata
-
Nacho Traseira
-
Grijaldo
-
Al Ejandro
-
Al Ejandro
-
http://www.zinkiki.com Fernando
-
D.
-
Leto83