Thriller psicológico y parábola sobre el fin de la infancia a partes iguales, La habitación funciona como película gracias al admirable entendimiento que su director, actores y guionista demuestran sobre el comprometido material que tienen entre manos. Las decisiones que toman son casi todas correctas, con un foco claro, evitando que el intenso bagaje emocional de la historia se lleve por delante cualquier oportunidad de alcanzar una trascendencia cinematográfica y existencial.
Es imposible hablar sobre la trama o sobre el filme en profundidad sin caer inevitablemente en el spoiler. Si sabes muy poco sobre él y estás en disposición de experimentarlo como probablemente concibieron sus responsables, deja de leer ahora mismo y vuelve cuando lo hayas visto. Si te has topado con el torpe tráiler oficial, has leído la novela original o conoces de antemano por donde van a ir los tiros, puedes seguir leyendo.

© Universal Pictures
El punto de referencia es Jack (Jacob Tremblay), un niño que acaba de cumplir cinco años y cada uno de ellos los ha pasado enclaustrado en un cuarto de poco más de diez metros cuadrados. En el diminuto espacio cuenta con una cama, un retrete, una pequeña bañera, una vetusta televisión y, sobre todo, con una madre (Brie Larson) capaz de aislarle las 24 horas de las consecuencias de crecer en tan opresivo entorno. Lleva un tiempo descubrir que no están ahí debido a un cataclismo apocalíptico, sino por voluntad de Nick (Sean Bridger), un sádico que raptó a la mujer hace más de un lustro para mantenerla encerrada en una caseta de jardín y poder violarla a su antojo. Jack y su madre logran escapar y a partir de ahí comienza el difícil proceso de adaptación a un mundo que él no sabía siquiera que existía y al que ella ya no sabe como pertenecer.
Partiendo de esta sinopsis, no cuesta imaginar que la película está dividida en dos partes claramente diferenciadas, con la escapada como transición y punto de corte. Y, al igual que el libro, el punto de vista se mantiene anclado en todo momento en el niño, que es la mejor decisión que toman tanto el director, Lenny Abrahamson, como la guionista, Emma Donoghue, quien adapta su propia novela. En base a ello, el cuarto se filma en planos panorámicos, alterando la sensación espacial, porque para Jack, lejos de ser un espacio claustrofóbico, es donde empieza y se acaba la realidad. Y luego en la segunda mitad las composiciones y la fotografía presentan un mundo exterior aturdidor y amenazante, donde la libertad ha acabado con la seguridad que proveía la habitación.




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Este planteamiento provocativo e inteligente es el que eleva la película y la permite tener un alcance universal. Es una metáfora extrema y brillante sobre la ruptura con el paraguas protector de la infancia y la añoranza que ello provoca, esa que nunca superamos del todo. En el cuarto, la existencia de Jack es cálida y estable, como si fuera una prolongación del vientre materno. En el exterior debe de enfrentarse de bruces con la incertidumbre y la pérdida en un mundo que parece incongruente, hasta que aprende a cortar el cordón umbilical.
El estrés postraumático de la madre y las consecuencias psicológicas para sus familiares son, por supuesto, muy distintas, y no se obvian, pero se muestran siempre desde la perspectiva del niño, quien nunca está fuera de escena. Esta estrategia, lejos de ser frustrante, es tremendamente coherente e, insisto, permite que estemos ante una película impactante y oscarizable en lugar de un melodrama de sobremesa.




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En la novela el punto de vista subjetivo y los monólogos interiores eran aún más preponderantes y, para garantizar la viabilidad cinematográfica, Donoghue acertadamente otorga en la adaptación un mayor peso específico a la progenitora. Brie Larson aprovecha la coyuntura para el lucimiento, ofreciendo una actuación conmovedora y más contenida de lo que se puede presuponer, centrada en acentuar los matices universales de la relación madre-hijo, probablemente el nexo más inviolable que existe, en las circunstancias extremas que están viviendo. Y Jacob Tremblay es un prodigio de inteligencia emocional para su corta edad, pero también está espléndidamente dirigido. El plano cenital y su expresión la primera vez que contempla el cielo sin que haya un grueso cristal de por medio, es uno de los grandes momentos de cine de este año.
Como thriller psicológico, la película está en general bien llevada. Abrahamson maneja adecuadamente la cadencia y los tiempos tanto en la presentación, como en el suspense de la escapada y en las consecuencias del reencuentro con el exterior. Por ponerle un pero, podía haber sintetizado algo el metraje, evitando la repetición y eliminando algo de paja, especialmente en la última parte.
La habitación es incómoda de ver, eso es innegable, pero ofrece recompensas emocionales y un poso trascendental que se echan de menos en la mayoría de las cintas que compiten en los Oscar este año.

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