Hace más de cinco años que tuve a un buen compañero en la escuela de guión, un actor muy amigo de Raúl Arévalo, que afirmaba con rotundidad que su colega acabaría dirigiendo más pronto que tarde, que era de esos actores que aprovechaba los tiempos muertos de su trabajo para curiosear aspectos técnicos y narrativos de toda índole junto con los compañeros de rodaje. Cinco años después, Tarde para la ira demuestra que ese augurio no era gratuito y que la pasión y compromiso de Arévalo con su primer trabajo como director de largometrajes es indudable.
Ya desde el inicio la película advierte de la madurez de quien está tomando decisiones tras la cámara. Su puesta en escena destaca desde el primer fotograma, buscando la asfixia visual y el ensimismamiento de sus personajes a través de primerísimos primeros planos, muchos seguimientos de espaldas, una ausencia casi total de música y la tosca textura de la película de 16mm elegida para filmar la historia. La imagen es tan asfixiante y sucia como los sentimientos de sus personajes y, en especial, su protagonista, José, encarnado por Antonio de la Torre.

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José es un tipo callado, discreto, que pasa noches en vela ante el ordenador mientras parece soñar con tener su oportunidad para meter ficha a la hermana de su mejor amigo, el dueño de un bar de barrio, que es lo más parecido que tiene a una familia. Su tímido intento de tener una relación huele a fracaso desde el inicio, ya que el marido de ella está a punto de salir de la cárcel y todo apunta, teniendo en cuenta el título, a un estallido de celos que acabará en tragedia.
Arévalo, sin embargo, se reserva una importante sorpresa que, aunque tramposa, está bien sustentada en una dirección que nos aproxima tanto al protagonista y su angustia, que no nos deja ver lo que hay tras ella. Ese cogote al que seguimos al poco de iniciar la película oculta algo más que un rostro.




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Revelada la sorpresa, la película muta en una especie de road movie improbable, violenta y seca con el ajuste de cuentas con el pasado como principal combustible. No hay complejidad aquí, pero si una verdad desasosegante que incomoda tanto como hipnotiza mientras la tensión sube con una calma chicha a ratos agotadora, pero compensada con un metraje perfectamente ajustado. 90 minutos de extrarradio y terruño teñidos de sangre que por momentos parecen tener tras la cámara a un Takeshi Kitano nacido en Carabanchel.
Hay que decir que los tráilers quizás induzcan a una idea equivocada, ya que lo que apunta a otro thriller español de última hornada, es thriller, sí, pero huye de la sofisticación estética y del ritmo ameno que ha caracterizado al género los últimos años para pasarte una lija por la cara. Tal es así, que su crudeza y sus silencios hacen la película a ratos tan hermética como su protagonista, pero siempre con la clara intención de hacer creíbles los estallidos de violencia de un tipo que es un témpano sólo en apariencia.
Tarde para la ira no es la película más cómoda que uno pueda echarse a la cara porque no quiere serlo. Quiere desesperar, tensar y anticipar la tragedia sin dar pistas de cuándo tendrá lugar ésta. Todo lo que tiene de incómoda es fruto de decisiones certeras, conscientes y efectivas, con la ventaja añadida de quien, siendo actor, sabe sacar lo mejor de un reparto excelente. Un debut de los que dan envidia sana a quien quiera dedicarse a esto.

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Juan Antonio Soler
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Escobilla del Water