En la entrevista realizada por Alberto Pérez para Bloguionistas, Nacho Vigalondo deja dos cosas claras sobre el tipo de cineasta que es y que es algo que se ha ido viendo en todos sus trabajos, incluso antes de dar el salto al largometraje: Por un lado, es alguien que considera esencial e incluso natural aportar de la propia vida o de la que le rodea en sus guiones, algo vital para la propia originalidad de la obra, por otro, es alguien que no entiende su labor como cineasta sin el desafío consciente de romper ciertos moldes, de sorprender, no sólo con el concepto, sino con la propia estructura de la película, aunque eso implique lecturas y opiniones encontradas. En esencia, es alguien más feliz siendo un director que genera discusión desde la originalidad (con los aciertos y errores que ésta implica) que uno que genera consenso desde lo esperable. Y no lo dice con desdén hacia el cine más convencional, sino con la consciencia de que para contar una historia de la forma más honesta posible ésta debe suponer un estímulo total para quien escribe y dirige.
Colossal, su cuarto largometraje, es una muestra más de todo ello. Es un película con una premisa original que vuelve a retorcer y mezclar géneros. En el momento de mayor crisis personal de su protagonista, inmersa en una dinámica de perpetua resaca y a la que su ex acaba de echar de casa obligándola a volver a su pueblo, ésta descubre que tiene un vínculo directo con un monstruo descomunal que aparece en Seúl destrozando todo a su paso. De forma parecida a como ocurría en Extraterrestre, un fenómeno de escala descomunal es la excusa para abordar la más pequeña historia personal, que es el verdadero núcleo de la película, aunque en esta ocasión con un vínculo más directo y bien armado, donde las consecuencias de los actos propios tienen reflejo catastrófico y ésta catástrofe impulsa a su vez nuevas decisiones que se circunscriben únicamente al ámbito más personal de los protagonistas.
Es un planteamiento que, habiéndola podido ver con amigos en casa durante el preestreno televisivo, genera justo esa discusión de la que Vigalondo hablaba en la entrevista, pero es también uno sin el cuál sería mucho menos estimulante hablar de la propia película y sus diferentes capas, temas y quiebros de guion.
En su metáfora más obvia, Colossal es una película sobre el monstruo que todos llevamos dentro, esa es su premisa, pero según avanza la película es también una historia sobre los procesos depresivos y sobre la voluntad y/o posibilidad de afrontarlos o rendirse a ellos. Es una película que tiene quizás más miga en las decisiones de sus personajes que en ningún otro lado, algo que ocurre en su segunda mitad. El monstruo no es sólo reflejo de un estado de ánimo, sino del lugar en el que éste habita (físico y etílico), y ese lugar afecta en primera instancia a la protagonista, pero también a quienes le rodean. Por lo cual, salir de ese estado de ánimo, de ese refugio autodestructivo, deja de ser sólo una responsabilidad hacia un mismo y comienza a serlo hacia los demás.
Es posible que, para quien espere una película de género al uso o una narrativa basada en la lógica de los acontecimientos, Colossal resulte algo decepcionante. Ahora bien, como relato sobre la depresión como enfermedad contemporánea, sobre sus consecuencias, sus distintas caras y la soledad a la que la rodea, es magnífica. Ahí es donde se respira todo ese desahogo personal que Vigalondo imprime a la película que transita por emociones y actitudes tan diversas y cabronas como la frustración, la culpa, la condescendencia, los celos, el chantaje emocional o la incapacidad de encontrar acomodo en ninguna circunstancia.
Así, los personajes de Anne Hathaway y Jason Sudeikis (ojo a su trabajo), que parten de una inicial sintonía, funcionan según avanza la historia como las dos caras y las dos formas de afrontar todo esto.
Se habla de que Colossal sea, probablemente, la mejor y más madura película de su director. Viendo todos los palos que toca y la honestidad con que lo hace, más allá de las filias o fobias que despierte su juego con los géneros, no seré yo quien lo contradiga.

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