Sergio G. Sánchez había sido hasta ahora el fiel escudero de J.A. Bayona. Guionista de sus dos primeras películas, El orfanato y Lo imposible, exploró junto al director una misma idea, la de la angustia por conservar la familia unida desde dos perspectivas muy distintas. Lo hizo desde el género puro, en el terror sobrenatural de la primera, y desde el drama de catástrofes en la segunda. En ambos casos con la esperanza como combustible principal de sus protagonistas. Una esperanza tan motivadora como engañosa, que hacía ver a los personajes aquello que añoraban y no lo que realmente tenían delante.
En su ópera prima como director, El secreto de Marrowbone, Sánchez vuelve a esta temática, probablemente por una mezcla de las propias inquietudes cinematográficas y la seguridad que da emprender un ambicioso viaje por terreno conocido. Nos cuenta la historia de cuatro hermanos huérfanos cuya unidad podría verse rota si alguien descubriese el fallecimiento de la madre. Con el compromiso de mantener esa mentira hasta que el hermano mayor cumpla la mayoría de edad y, por tanto, la facultad de encargarse de sus hermanos, viven semi-recluidos en una casa que esconde una extraña presencia amenazante.
Con esa premisa, Sanchez crea un relato de terror que bebe del gótico norteamericano y que emparenta a su historia con otra película clave del género en nuestro país, Los otros. Quizás sea ese, junto a El orfanato, el título con el que más similitudes guarda esta película. Ambas comparten tres elementos argumentales clave: El aislamiento, la casa como esqueleto geográfico y narrativo y una amenaza sobrenatural estrechamente ligada a una visión distorsionada de la realidad, fruto de un trauma que será origen y final del relato. En todas ellas también una idea común, el estrecho vínculo entre el dolor, el tiempo y el espacio.
La película, como aquellas, es escrupulosamente pulcra en su puesta en escena y tremendamente rigurosa con la función de cada personaje, tanto que comparte con Los otros y El orfanato una palpable frialdad que, a mi entender, genera más distancia emocional que empatía. Diría que en todas ellas, detrás de esa pulcritud y esa representación tremendamente clásica y formal del drama, existe un exceso de celo en la lógica argumental, hasta el punto de no dejar que la emoción fluya libremente. Siempre he entendido que es un equilibrio muy complicado de lograr y para nada desmerezco el rigor en la escritura, de hecho os habla alguien que es muy intransigente con las incongruencias argumentales de las películas, pero lo que hace muchas veces que los mecanismos de guión queden invisibles (o incluso tape sus carencias) es que la parte emocional quede siempre por encima, que la película no sea tanto entendida como sentida, y en El secreto de Marrowbone cuesta llegar a ese punto.
Es una pena porque hay ideas muy interesantes en la película, relativas a la psicología de personajes, más allá de la que quizás es la más evidente una vez acabada la película. Sánchez habla de la complicada relación entre hermanos, del delicado margen entre liderazgo y autoritarismo, del boicoteo de uno mismo provocado por determinados lastres emocionales, de la difícil digestión del fracaso personal y, por supuesto, de monstruos reales e irreales.
La sensación final es la de acabar resolviendo todos estos temas en una suerte de diván de psicólogo, trasladando no sólo lo “mágico” sino lo emocional a un lenguaje expositivo, particularmente en el desenlace, que aquí no queda compensado, como en los dos títulos mencionados, con ningún elemento visual o ninguna secuencia de suspense suficientemente impactante pese a que lo intenta con algunos de los elementos clave de la casa, como los espejos rotos, que también juegan un relevante papel simbólico, la chimenea/pozo o el refugio casi infantil de los hermanos.
En cualquier caso, para Sánchez es un claro paso adelante ya que, una vez consagrado como guionista de éxito, no sólo junto a Bayona, sino en títulos como Palmeras en la Nieve o Fin, ahora se presenta como un director con una notable madurez visual pese a ser ésta su primera película. Ha logrado convertir el paisaje asturiano en la America profunda de los años 60, dentro de la que, el hogar protagonista, permanece en una suerte de época anterior, aunando belleza y opresión en un mismo escenario, por no hablar del buen manejo de la parte atmosférica de la película.

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