Recién lanzada al mercado doméstico, A Ghost Story rezuma algo que los extras de su edición blu-ray confirman, es la respuesta a una profunda crisis existencial de su director, David Lowery, que aprovecha una vieja premisa suya (¿cómo sería el día a día de un fantasma?) para desarrollar un montón de temas que rodean algo tan íntimo y universal como la identidad.
La película arranca con una pareja que atraviesa un bache en torno a la posibilidad de cambiar de hogar. Ella quiere un cambio, un avance, él, sin embargo, teme perder todo lo que su actual hogar significa para ellos, por lo vivido entre sus cuatro paredes. Un conflicto que se zanja con la repentina muerte de él, cuyo espíritu, representado de la forma más clásica y simple que identificamos con un fantasma, una tela blanca, regresa a ese hogar en el que queda sujeto para siempre.
Convertido en espectador de su propia vida e incapaz de desvincularse de ese lugar, el fantasma comienza un viaje por la eternidad y la desmemoria. La plasmación del miedo a la muerte en su sentido más amplio, no tanto por la pérdida de la vida, sino por el hecho de que todo lo que una vida representa quedará borrado irremediablemente por el paso del tiempo. El vacío más absoluto desde la percepción humana.
Lowery trata de transmitirnos eso jugando mucho con el tempo narrativo, dilatando los momentos más relevantes y próximos a la vida del protagonista y convirtiendo en más fugaces aquellos que poco a poco se alejan del punto de anclaje del fantasma. El mismo esquema que percibimos en la vida con el paso de los años pero ahora trasladado al mundo de los recuerdos. Algo que, consciente de también de la doble cara de su idea, tan interesante como intensita, pone en boca de uno de los fugaces personajes que habitan la historia, en medio de una fiesta y con unas copas de más, sin que eso le reste un ápice de convicción. Porque es en esos momentos de crisis, por pasados de vueltas que parezcan desde fuera, cuando uno se siente más interpelado por el peso de la existencia.
También hay una interesante decisión estética al retratar la historia en un formato 4/3 clásico (hasta con bordes redondeados), que sirve tanto para marcar que la película no va a presentarnos una historia convencional, aunque inicialmente pueda parecerlo, como para encerrar un poco más a su protagonista en su propio viaje existencial. Un viaje que, cuando ya parece agotado, tiene la inteligencia de presentarnos una sorpresa, un salto al vacío literal y una de las imágenes más bellas de una película que, en su minimalismo, no para de regalárnoslas.
Desde luego es la clase de película que exige una actitud acorde a la propuesta y abierta a dejarse llevar. Algo no muy alejado de lo que proponen cineastas como Terrence Malick pero con un grado más de abstracción con un personaje que apenas lo es y al carecer de cualquier tipo de voz en off, aunque, como decía antes, acaba habiendo igualmente una verbalización de las ideas y dudas que se manejan en la historia en boca de uno de los personajes.
Un trabajo francamente interesante que, visto en el momento oportuno, dejará huella sin duda alguna.

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Mudo
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Adrià Kent
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